En 2020 el presidente Bukele -por decreto ejecutivo- declaró dos días de oración. Uno el 10 de agosto (motivado por la crisis del corona virus) y otro el 17 de noviembre (por la amenaza del huracán Iota). Anteriormente en el 2003 con el decreto 161 de la Asamblea Legislativa promulgó el 23 noviembre como “Día Nacional de la Oración por El Salvador”. A partir de estos hechos, se puede discutir acerca de la pertinencia o no de la promoción de la oración por parte de las autoridades, lo cual se presenta a continuación.
En primer lugar, no debería ser despreciable que una persona tenga alguna creencia religiosa. Esto reconoce que para el creyente, que son buena parte de los ciudadanos, la oración es un recurso poderoso, donde Dios responde, sobretodo sí se hace con auténtica fe. No cabe duda que hay quienes oran con sinceridad por la justicia, la verdad y la solidaridad y lo hacen de manera respetuosa. Yendo más lejos, pueden haber muestras de promoción de la fe por parte de instituciones del Estado con el fin de servir a la comunidad, promover la prosperidad y la armonía (sin favorecer a una religión o líder religioso particular y respetando la libertad de culto). Por tanto, decretar un día de la oración como tal no sería problema mientras ningún político o religioso se beneficie directamente con ello (como sucede sobretodo en épocas de campaña), y por el contrario, sería pertinente sí esto permite que un grupo de población obtenga algún tipo de bienestar siempre manteniendo el respeto de los demás.
Como un segundo punto, y en contraposición, se considera que no siempre son pertinentes las oraciones, cuando estas no son sinceras, ni maduras y se hacen con el fin de manipular a los demás en búsqueda del interés propio (ya sea por viveza o ignorancia), y de ahí darse un "abuso en nombre de Dios". Sí revisamos la RAE define plegaria como una súplica humilde y ferviente para pedir algo. Sin embargo, en el mundo religioso muchas "plegarias" de humilde tienen poco o nada, por ejemplo: aquellas vigilias de pastores gritando con megáfonos que irrespetan el derecho ajeno a la paz, aquellas de líderes religiosos que abusan sexualmente de miembros de su feligresía aprovechándose su cargo, o los que de forma brutal engañan y burlan del prójimo enriqueciéndose a base de la fe. Estos son solo algunos ejemplos en los que claramente se manipula la oración. Esto también puede suceder en el mundo político, donde muchos hacen sus "plegarias" para darse propaganda, evadir la justicia o actuar de manera prepotente.
Aclarados estos puntos se considera que decretar "días de la oración" ante contextos difíciles no es impropio de una autoridad, cuando la misma permita no sea obligatoria y solo busque reconfortar y tranquilizar a la población. Sin embargo, la oración no puede ser utilizada para insultar ni dañar a los demás, ni tampoco una forma de buscar solucionar problemas mágicamente. El que una persona ore no sustituye el diálogo con respeto, ni tampoco a los mecanismos propuestos por la ciencia. No solo se debe pedir a Dios, también es necesario que dejar de fomentar la polarización, la intolerancia y la violencia política la cual, solo es beneficiosa para el autoritarismo.
Hay ejemplos en el que la oración pierde su sentido, por ejemplo, el 11 de Febrero el presidente irrumpió con militares la Asamblea legislativa exigiendo se le aprobara un préstamo, quebrantando la constitución y la división de poderes del Estado. Incluso llegó a decir: "Está claro quién tiene el control aquí", al mismo tiempo a afirmar que oraba y que Dios le estaba hablando. Una acción como esta hace peligrosa a la oración, ya que solo justifica una forma autoritaria el irrespeto a la institucionalidad. Aunado a esto, durante la cuarentena, los policías hicieron un uso brutal de la fuerza a los ciudadanos, y al mismo tiempo andaban en patrullas perifoneando cánticos de adoración y alabanza, lo cual también resulta incoherente.
En conclusión, la oración por sí misma no es ni buena ni mala sino que se debe analizar el contexto y la intención de quien la promueve. Y esta debe ser una práctica sincera debería llevar a todos los que ostentan un cargo público a priorizar temas como: el agua o las pensiones, donde podrían beneficiarse miles de salvadoreños y no utilizarla para fines de resaltar la propia figura, ya que en esos casos se vuelve solo una táctica política.
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