martes, 7 de octubre de 2025

Conceptos clave para comprender la desigualdad de la mujer

El feminismo ha dado nombre a muchas experiencias de desigualdad que antes eran invisibles. Al poner palabras a estas situaciones, se han abierto espacios para cuestionar estructuras de poder en el trabajo, la política, la vida familiar y la cultura. Los términos que se presentan a continuación no son simples etiquetas, sino herramientas que permiten comprender cómo opera la discriminación en la vida cotidiana y en las instituciones que se dividiran en cuatro grupos.

1. Conceptos positivos de la mujer se refiere a aquellos términos que visibilizan las formas de empoderamiento, resistencia y transformación impulsadas por las mujeres en distintos contextos sociales, económicos y culturales. (Mujer +)

Feminismo: Es un movimiento social, político, filosófico y cultural que busca la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres, así como el reconocimiento y ejercicio pleno de los derechos de las mujeres en todos los ámbitos de la vida. El feminismo parte del análisis crítico del patriarcado —un sistema histórico de dominación masculina— y propone transformaciones estructurales que eliminen la discriminación, la violencia y la desigualdad de género.

Sororidad: Concepto central del feminismo latinoamericano que designa la solidaridad política, ética y afectiva entre mujeres, basada en la empatía, el apoyo mutuo y la lucha compartida contra las desigualdades de género. Fue ampliamente desarrollado por Marcela Lagarde en sus obras sobre los cautiverios y las relaciones entre mujeres. La sororidad busca reemplazar la competencia o el juicio entre mujeres por la alianza y la cooperación, reconociendo que la transformación social requiere vínculos de confianza y colaboración. Ejemplo son redes de mujeres que acompañan procesos de denuncia por acoso, crean colectivas feministas o impulsan leyes para la protección de derechos.

Empoderamiento femenino: Proceso mediante el cual las mujeres adquieren confianza, autonomía y control sobre su vida, sus decisiones y su entorno, tanto en el ámbito personal como económico, político o simbólico. Este concepto ha sido desarrollado por quienes destacan que empoderarse no implica solo fortaleza individual, sino también acción colectiva para transformar las relaciones de poder. El empoderamiento femenino promueve la independencia, la autoestima y la capacidad de incidir en los espacios públicos y privados. Ejemplo son las mujeres rurales que se organizan en cooperativas productivas y logran autonomía económica y participación política en sus comunidades.

Resiliencia femenina: Hace referencia a la capacidad de resistir, adaptarse y transformar el dolor o la opresión en fuerza personal y colectiva. Desde una perspectiva feminista, la resiliencia no se entiende como simple resistencia pasiva, sino como un proceso de reconstrucción identitaria que convierte la experiencia adversa en impulso para la acción y la solidaridad. Ejemplo son las mujeres que, tras vivir violencia doméstica o sexual, fundan refugios, redes de apoyo o movimientos comunitarios para acompañar a otras mujeres.

Trabajo doméstico no remunerado: Conjunto de tareas de cuidado, limpieza, alimentación y mantenimiento del hogar que históricamente han sido realizadas por mujeres sin salario ni reconocimiento social. El feminismo marxista, especialmente a través de autoras como Silvia Federici (Calibán y la bruja, 2004), ha demostrado que este trabajo constituye la base invisible del sistema económico, pues sostiene la fuerza laboral y reduce costos al Estado y al capital. Reconocer su valor implica cuestionar la división sexual del trabajo y exigir políticas de corresponsabilidad. Ejemplo son las mujeres que cocinan, limpian, cuidan niños o personas mayores y organizan la economía doméstica sin recibir remuneración ni prestaciones laborales.

Trabajo de cuidados: Concepto ampliado que incluye tanto el trabajo doméstico como el cuidado físico, emocional y afectivo de otras personas, ya sean niños, enfermos, personas mayores o dependientes. Este trabajo es esencial para la reproducción social, pero ha sido históricamente subvalorado, feminizado e invisibilizado por el mercado y las políticas públicas. Feministas como Nancy Folbre, Amaia Pérez Orozco y Lourdes Benería destacan que sin este trabajo, las economías y las sociedades no podrían sostenerse. Ejemplo son las maestras, enfermeras, niñeras o madres que sostienen el bienestar familiar y comunitario sin el mismo reconocimiento económico o simbólico que el trabajo asalariado.

Economía del cuidado: Marco analítico y político que busca reconocer, redistribuir y remunerar el trabajo de cuidados, situándolo en el centro del desarrollo económico y del bienestar social. Este propone que la sostenibilidad de la vida depende tanto del trabajo productivo como del reproductivo. La economía del cuidado plantea la corresponsabilidad entre Estado, mercado, comunidad y familia en las tareas de cuidado. Ejemplo son las políticas de licencia parental compartida, los sistemas nacionales de cuidados y las encuestas de uso del tiempo que miden las horas dedicadas al cuidado no remunerado.

2.  Conceptos negativos hacia la mujer, hace referencia a actitudes, comportamientos o estructuras simbólicas de opresión desde lo predominantemente masculino (Hombre -), o bien, a fenómenos en los que se manifiestan conflictos derivados de la desigualdad de género desde la perspectiva femenina. Estos conceptos permiten analizar cómo, en algunos contextos sociales y culturales, la respuesta a la dominación patriarcal puede transformarse en discursos o prácticas de oposición, exclusión o resentimiento hacia los hombres, reproduciendo estereotipos y tensiones de género.

Machismo: Es un sistema de creencias y actitudes que otorga superioridad a lo masculino y subordina o desprecia lo femenino. Se manifiesta en comportamientos, valores, instituciones y lenguajes que reproducen la idea de que los hombres deben tener poder, autoridad o control sobre las mujeres. Por ejemplo, cuando se asume que un hombre no debe llorar porque “eso es de mujeres”, o cuando se espera que la mujer renuncie a sus estudios para dedicarse al hogar.

Androcentrismo: Se refiere a colocar lo masculino como la medida universal de lo humano, invisibilizando o subordinando las experiencias femeninas. Durante siglos, la ciencia, la historia y la cultura se construyeron desde la mirada del varón, considerándola como neutra o representativa de toda la humanidad. Por ejemplo, durante décadas los estudios médicos se realizaron solo con cuerpos masculinos, lo que provocó errores en la dosificación de medicamentos para mujeres.

Patriarcado: Es un sistema social, político y cultural basado en la dominación masculina, donde los hombres ocupan los espacios de poder y las mujeres son relegadas a roles secundarios o de cuidado. Este modelo establece jerarquías que definen lo masculino como norma y lo femenino como subordinado. Por ejemplo, en muchas familias se espera que las decisiones importantes las tome el padre o el hijo mayor, mientras las mujeres quedan al margen de la autoridad y del control económico.

Violencia simbólica: Es aquella que se transmite a través de mensajes, imágenes y representaciones culturales que refuerzan la subordinación de las mujeres. No requiere agresión física, pero actúa moldeando creencias, deseos y conductas, de modo que la desigualdad se percibe como natural. Por ejemplo, la publicidad que muestra siempre a mujeres limpiando, cocinando o cuidando, y rara vez en roles de ciencia, política o liderazgo, refuerza la idea de que esos son sus lugares “propios”.

Micromachismos: Son las formas pequeñas y cotidianas del machismo que pasan desapercibidas pero sostienen la desigualdad. Incluyen interrupciones constantes, bromas sexistas, gestos paternalistas o descalificaciones sutiles hacia las mujeres. Por ejemplo, en reuniones de trabajo las mujeres suelen ser interrumpidas o ignoradas cuando exponen una idea, mientras los hombres reciben más atención; a este fenómeno se le conoce como “manterrupting”.

Feminicidio: Es el asesinato de una mujer por razones de género. El caso de Ciudad Juárez en México, con decenas de mujeres asesinadas desde los años 90, visibilizó este problema en América Latina. Se trata de un crimen que no es individual, sino estructural, porque ocurre en un contexto de desprecio hacia la vida de las mujeres.

Gaslighting: Es un tipo de manipulación que hace que las mujeres duden de sí mismas, de sus recuerdos o percepciones. Puede darse en relaciones de pareja, en la familia o en el trabajo. Muchas mujeres que denuncian acoso laboral o violencia doméstica escuchan frases como “estás exagerando” o “eso nunca pasó”, lo cual las lleva a desconfiar de su propia palabra.

Mansplaining: Ocurre cuando un hombre explica algo a una mujer de manera condescendiente, aunque ella ya lo sepa o incluso sea experta. Esto pasa con frecuencia en reuniones de trabajo o espacios académicos, donde las voces femeninas son interrumpidas o minimizadas. A Kamala Harris, por ejemplo, le pasó en audiencias del Senado estadounidense, donde colegas hombres insistían en “corregirla” mientras ella hacía preguntas técnicas.

Doble jornada: El llamado “segundo turno” describe cómo muchas mujeres trabajan fuera de casa y al llegar deben encargarse además de la mayoría de las tareas domésticas y de cuidado. Durante la pandemia se hizo muy evidente: además de su empleo, millones de mujeres organizaron clases virtuales, cocinaron y cuidaron de familiares enfermos, acumulando una carga invisible que pocas veces se reparte de forma justa.

Brecha salarial de género: Se refiere a la diferencia entre lo que ganan hombres y mujeres, incluso en puestos similares. No siempre es un salario menor en el mismo cargo, a veces son los sectores feminizados (educación, cuidados, comercio) los que están peor pagados. En la mayoría de países de América Latina las mujeres siguen recibiendo menos ingresos, lo que limita su autonomía económica.

Techo de cristal: Este término habla de barreras invisibles que frenan a las mujeres en su camino hacia los puestos más altos. Pueden tener los méritos, la preparación y la experiencia, pero las reglas del juego cambian cuando aspiran a cargos de mayor poder. Las cifras lo muestran: en las grandes empresas internacionales, la presencia de mujeres en las direcciones generales sigue siendo mínima.

Suelo pegajoso: Es la otra cara del techo de cristal: no se trata de que no puedan llegar arriba, sino de que muchas ni siquiera logran salir de los trabajos más bajos y precarios. Empleadas domésticas, trabajadoras de maquila o de servicios suelen permanecer en condiciones de informalidad sin opciones reales de movilidad social.

Carga mental: Más allá de hacer tareas, está el hecho de tener que recordarlas, planificarlas y organizarlas. Esa es la carga mental: ser la persona que piensa qué falta en el refri, quién debe ir al médico o cuándo pagar un recibo. Aunque el hombre ayude en algunas cosas, la planificación suele recaer sobre la mujer.

Techo de cemento: No siempre son los hombres quienes bloquean el avance; a veces las propias mujeres, por haber interiorizado estereotipos, sienten que no deberían aspirar a más. Muchas rechazan ascensos porque creen que “no podrán con la familia” si asumen responsabilidades mayores. No es culpa de ellas, sino de una cultura que les inculca ese límite invisible.

Escaleras rotas: La desigualdad empieza incluso antes del techo de cristal: muchas mujeres nunca alcanzan el primer ascenso. Esa “escalera rota” explica por qué las empresas siguen siendo dirigidas por hombres: las mujeres se quedan en niveles medios y no logran subir de allí.

Precipicio de cristal: Se refiere a los casos en que las mujeres acceden a cargos de poder justo cuando las cosas ya van mal. En apariencia es un avance, pero en la práctica suele ser una trampa: si fracasan, se refuerza la idea de que las mujeres “no son buenas líderes”. Un ejemplo claro fue el de Theresa May en Reino Unido, nombrada Primera Ministra tras el Brexit, en medio de una crisis política casi imposible de manejar.

El impuesto rosa (pink tax): se refiere a la diferencia de precios que pagan las mujeres por productos o servicios equivalentes a los de los hombres, solo porque están dirigidos al público femenino. No es un impuesto oficial, sino una forma de desigualdad económica y de consumo basada en el género. Una rasuradora rosa cuesta más que una azul, aunque ambas tengan las mismas funciones; o los cortes de cabello “para mujeres” tienen precios más altos que los de “hombres” por servicios similares.

Body shaming: Se refiere a la práctica de avergonzar a las mujeres por su cuerpo, ya sea por su peso, su altura o cualquier rasgo físico. Lo sufrió la cantante Adele, criticada primero por tener sobrepeso y luego por haber adelgazado, lo que muestra que el problema no es el cuerpo en sí, sino las expectativas irreales que se imponen sobre las mujeres.

Slut-shaming: Es la descalificación de las mujeres por su vida sexual o por su forma de vestir. Durante años, figuras como del cine, la musica y el entretenimiento fueron atacadas públicamente bajo este esquema: su vestimenta y actitud eran motivo de cuestionamiento, mientras que los hombres con conductas similares eran celebrados.

Violencia de género: Es un concepto amplio que abarca cualquier forma de violencia contra mujeres por el hecho de serlo: física, sexual, psicológica o económica. En El Salvador, los informes anuales de organizaciones feministas registran decenas de casos, desde agresiones domésticas hasta feminicidios.

Lovebombing: es una técnica de manipulación emocional en la que una persona abruma a otra con atenciones, halagos, regalos y muestras excesivas de cariño al inicio de una relación para ganarse su confianza y dependencia emocional. Una vez que la persona objetivo se siente vinculada, el manipulador retira el afecto o ejerce control, generando confusión y dependencia.

3. Negativo por parte de la mujer, se refieren a comportamientos, roles o dinámicas sociales que, de manera consciente o inconsciente, reproducen los valores, jerarquías y mecanismos del sistema patriarcal. Estos conceptos permiten comprender que la desigualdad de género no solo se sostiene por la imposición masculina, sino también por la internalización y reproducción de los patrones de dominación por parte de las propias mujeres, producto de procesos históricos y culturales (Mujer -).

Síndrome de la abeja reina: es un concepto que describe un comportamiento de competencia y distanciamiento entre mujeres, especialmente en espacios laborales o de poder, que reproduce las jerarquías patriarcales en lugar de cuestionarlas. Aunque puede parecer un rasgo “individual”, en realidad es un fenómeno estructural, producto de la cultura machista que enseña a las mujeres que el éxito es un recurso escaso entre ellas.

La pared de cristal: explica la segregación horizontal que concentra a las mujeres en sectores laborales de bajo poder económico o político —como la educación, la salud o los servicios—. En América Latina, más del 70% del personal docente de primaria son mujeres, pero menos del 20% ocupa puestos de alta dirección educativa.

Feminismo neoliberal: Describe un feminismo que se enfoca en el éxito individual y en el marketing, en lugar de cuestionar las estructuras de desigualdad. Varias empresas globales han usado eslóganes feministas en sus campañas, mientras mantienen condiciones laborales precarias para trabajadoras en otros países.

Purplewashing: Es el uso superficial del feminismo por parte de instituciones o gobiernos para mejorar su imagen. Se ve cada 8 de marzo, cuando edificios públicos se iluminan de morado mientras se recortan presupuestos para programas de igualdad.

Techo de cemento: representa las limitaciones autoimpuestas o internalizadas por las propias mujeres (miedo, culpa o creencias de incapacidad).

Pared de cristal: Es la segregación horizontal: las mujeres no solo ascienden menos, también se concentran en sectores de menor poder económico o político. En la educación, salud y cuidados ellas son mayoría, mientras que en finanzas, tecnología o energía predominan los hombres.

Misandria: Se manifiesta en prejuicios, estereotipos o comportamientos discriminatorios dirigidos al género masculino. El término proviene de las palabras griegas misos (odio) y andros (hombre). En otras palabras, la misandria describe actitudes o acciones que devalúan, marginan o desprecian a los hombres por el hecho de serlo.

Síndrome de Penélope: es un concepto metafórico dentro de la psicología y los estudios de género que describe la tendencia de algunas mujeres a vivir en la espera emocional o existencial de otra persona, generalmente un hombre, posponiendo su propio desarrollo personal, profesional o afectivo. El término proviene del personaje de Penélope en La Odisea de Homero, quien pasa veinte años tejiendo y destejiendo un manto mientras espera fielmente el regreso de su esposo Ulises.

Colaboracionismo patriarcal: es la participación activa o pasiva de las mujeres en la reproducción del orden patriarcal, al asumir, defender o aplicar sus normas y jerarquías como si fueran naturales o necesarias. Se manifiesta cuando una mujer vigila, sanciona o somete a otras mujeres en nombre de valores morales, religiosos o sociales que en realidad refuerzan la subordinación femenina. Simone de Beauvoir (1949), en El segundo sexo, señala que “el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidas

4, Hombres en positivo, se incluyen los términos positivos en relación con los hombres, que buscan visibilizar las transformaciones, aportes y actitudes constructivas de los varones en el proceso hacia la igualdad de género. Estos conceptos no pretenden idealizar la figura masculina, sino reconocer los esfuerzos de aquellos hombres que cuestionan los privilegios del patriarcado, replantean sus masculinidades y participan activamente en la construcción de relaciones más justas, empáticas y equitativas.(Hombre +)

Nuevas masculinidades: modelos alternativos de ser hombre que buscan romper con los patrones tradicionales de dominación, silencio emocional y violencia asociados a la masculinidad hegemónica. Expresión emocional sin miedo a la vulnerabilidad Rechazo a la violencia como forma de resolver conflictos, corresponsabilidad en las tareas domésticas y de crianza, respeto y consentimiento en las relaciones afectivas y sexuales.

Responsabilidad emocional: es la capacidad de asumir, comprender y expresar las emociones propias sin recurrir a la violencia, la negación ni el silencio como mecanismos de poder. Aprender a pedir perdón y a hablar de miedo, frustración o ternura, desmontando la “coraza emocional” masculina. Implica desmontar la idea patriarcal de que la vulnerabilidad es debilidad, reconociendo que la apertura emocional es una forma de madurez ética. Participación activa en la transformación social hacia la igualdad de género. Un hombre que, tras una discusión, no evade la conversación ni responde con agresividad, sino que explica cómo se sintió y escucha el malestar de la otra persona, buscando reparar el vínculo.

Deconstrucción: implica cuestionar las propias creencias y privilegios, reconocer los sesgos culturales y asumir que el cambio personal y social es un ejercicio permanente, no una meta alcanzada una vez. No se trata de “culparse”, sino de hacer consciente lo inconsciente: preguntarnos de dónde vienen nuestras ideas sobre el amor, el poder, el éxito o la masculinidad, y si esas ideas contribuyen a una vida más justa o más dañina. Hemos aprendido a relacionarnos desde el miedo o el control, no desde el respeto o la empatía. Cuando no revisamos esas conductas, terminamos repitiendo lo que nos dañó: herimos a otros, o seguimos cargando con la culpa, la frustración y el vacío que deja vivir en un modelo de poder o de género que no nos permite ser libres.




Los conceptos feministas permiten darle nombre a realidades que, aunque comunes, muchas veces pasaban inadvertidas. Hablar de techo de cristal, carga mental o feminicidio no es solo teoría: son maneras de explicar lo que viven millones de mujeres en el mundo. Reconocer estos fenómenos es un primer paso para transformarlos, tanto en la vida cotidiana como en las políticas públicas.

El feminismo ha demostrado que nombrar la desigualdad es también empezar a desarmarla. Estos veinte términos son parte de un lenguaje crítico que ayuda a mirar con otros ojos la sociedad en que vivimos y a imaginar caminos hacia mayor justicia e igualdad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario