En su discurso presidencial de Nayib Bukele hay lenguaje religioso “inofensivo”, que se usa para saludar y hacer protocolo en un país de mayoría creyente. Sin embargo, es peligroso cuando lo religioso justifica el uso de los cuerpos represivos del Estado y el rompimiento de la institucionalidad democrática. Incluso también se ha usado para atacar a opositores y desprestigiar a críticos; para justificar los efectos de las políticas de gobierno como la disminución de contagios por COVID 19; para autoproclamarse instrumento de Dios, y para promover validación entre sus seguidores y la población cristiana. Todas estas situaciones son ejemplos de instrumentalización de las referencias religiosas, para fines políticos, que resultan convenientes para la concentración del poder, el abuso de autoridad y fanatismo de sus seguidores. Sí un presidente se llama a él mismo instrumento de Dios, lo lleva a posicionarse (ante aquellos que le creen) por encima de todos, inclusive encima de la ley, y le permite disfrazar de religioso lo que en realidad representan sus intereses políticos.
Hay líderes
religiosos y creyentes que apoyan el proyecto político de Bukele. Sin embargo,
hay otros que desconfían o critican abiertamente al presidente. Dentro de los
que le creen su mensaje religioso, hay personas bien intencionadas, gente
sufrida, necesitada, que han sido víctimas de engaños de otros proyectos políticos,
pero también hay aduladores, fanáticos y oportunistas. Por tal motivo, se debe
tener cuidado en la creación de un mito en torno a un redentor político donde
el mandatario un culto a la personalidad. Presentarse como un “instrumento de
Dios” exaltando la emotividad, la superstición, lo mágico, el culto a la
persona (santos o caudillos) de forma narcisista es una amenaza para un sistema
democrático. Por tanto, al apelar a la emotividad y la divinidad sobre la
objetividad y la racionalidad de un proyecto político termina generando
confusión del deseo sobre la realidad.
El uso de simbología religiosa no ha
sido lo central de mensaje de Bukele para llegar al poder. Lo cual no significa
que la veces que lo ha utilizado no haya sido en la mayoría de los casos
oportunista. Pero ha aprovechado el lenguaje divino, como una estrategia para
exagerar, esconder y concentrar el poder en beneficio propio. Esto último sin
duda un peligro para la democracia. Desde el Estado, no es válido utilizar a
Dios para justificar políticas
públicas. Ya en política la religión llega a
convertirse en una estrategia utilitaria de órdenes perversos, aunque produce esperanzas,
generalmente provee soluciones falsas a problemas reales. Y pierde su sentido
unificador y de realización de las personas.
En una sociedad debe haber ausencia de autoridades «tutelares» no
elegidas (como ejércitos, monarquías o corporaciones religiosas) que limiten el
poder de las autoridades elegidas para gobernar. Cuando los populistas invocan
al pueblo, están separando un grupo «de los de dentro», unido en torno a una
etnia, una religión, una clase social o unas convicciones políticas
compartidas, de un grupo «de los de fuera», cuyos intereses pueden ignorarse
con total legitimidad. Por así decirlo, están dibujando los límites del demos y
argumentando implícitamente que unos ciudadanos son dignos de consideración
política y otros no. Están reivindicando para sí, por usar las certeras
palabras de Jan-Werner Müller, un «monopolio moral de la representación».
El peligro es la ficción suya de que solo el (y quien está de acuerdo
con él) es quien habla por el Dios y por el pueblo. Un monopolio de la verdad.
El uso de militares y policías afecta coexistencia pacífica y se utiliza la
religión para justificar el uso de la violencia. La intención de la religión es
unir y no el generar odio y destrucción.
El problema, no es que los principios de la democracia, de la
Constitución o las Leyes sean inherentemente defectuosos o hipócritas. Sino que
no se han llevado realmente a la práctica todavía. Y, por consiguiente, la
solución no consiste en tirar por la borda las aspiraciones universales de la
democracia y sustituirlas por unos derechos y unos deberes fundados en principios
religiosos, sino en luchar porque a la gente se le respeten los derechos
humanos. El presidente ha tenido una gran habilidad para convertir esas formas
de resentimiento en armas: su retórica trata simultáneamente de volver la
indignación creciente con las personas ricas en contra de la élite dirigente. El
populismo religioso ha tachado de antipatriotas a todos aquellos que se oponen
al él. Se ha aferrado a las armas, o a la religión, o a la antipatía por los
partidos tradicionales por ser formas de explicar frustraciones y problemas la
retórica presidencial de que es un "instrumento de Dios" puede ser atractivas,
pero carecen de pruebas que verifiquen su veracidad. Lo que sí puede comprobarse
es que las alusiones religiosas y los militares, serven para resaltar al
político que las utiliza, por tanto, pasan a ser instrumentos políticos.
Con frecuencia, la evaluación pública de la política del presidente y no
el uso de la religión ha sido el que ha prevalecido. El uso politico de la
religión tiene bastante aceptación popular, lo utiliza porque es más fácil
decir que hacer. De hecho, cuando la opinión y la política están alineadas
entonces se usa la religión como una especie de refuerzo con la preminencia de
un liderazgo carismático.
Bukele ha aprovechado la religiosidad popular y populismo ambas se
basan en una lógica sencilla que dan alivio y satisfacción. Se desarrollan en
la cultura e identidad del "pueblo" no es de izquierda ni de derecha,
ni de católicos ni de evangélicos, es popular culturalmente aceptado. Ambos no
son necesariamente negativos, pero pueden ser utilizados por proyectos
políticos que escondan fines egoístas ajenos al pueblo.
Autoritarismo y fundamentalismo
Un proyecto político autoritario toma ventaja del fundamentalismo religioso. El autoritarismo busca la dominación física, y en el fundamentalismo religioso prevalece la dominación ideológica inmaterial, en ambos hay un sometimiento hacia quien detenta el poder, las personas se someten y dejan de lado su libertad. El fundamentalista ejerce violencia, yendo desde el menosprecio hasta la denigración e el insulto a los seguidores de otras formas de pensamiento. Se abogan el monopolio de la verdad. Por el contrario, verdadera democracia es el respeto y la tolerancia y a los cuáles se apunta como horizonte, por tanto, el que no se alcance a plenitud por actos de corrupción, no significa que la democracia se deba de desechar, sino la religión convertida en poder político ha dejado en la historia un rastro de intolerancia.
Llevan a la radicalización
los seguidores pueden convertirse en fanáticos anti modernismo, mesianismo,
oscilación entre el apoliticismo y el patriotismo activista, interpretación
literal y fantasía los dones y milagros. Interpretar la biblia a su manera,
interpretar la constitución a su manera es una apología de las decisiones injustas de
la autoridad
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