viernes, 24 de octubre de 2025

Capacitismo

A lo largo de la historia, la discapacidad ha sido tratada como un defecto que debe corregirse, un objeto de caridad o una inspiración moral. Sin embargo, los movimientos sociales, el arte, la educación y la teoría crítica han revelado que la discapacidad no es una condición individual, sino una construcción social profundamente política.

Para analizar esta compleja red de relaciones, el marco de los cuatro cuadrantes del capacitismo permite distinguir distintos niveles de conciencia, poder y resistencia en torno a la experiencia corporal.
Cada cuadrante no representa una categoría fija, sino un punto dentro de un proceso dinámico —una cartografía de las formas en que la sociedad y los propios sujetos se relacionan con la norma corporal y la diversidad funcional.

CUADRANTE 1: HEGEMONÍA DISCRIMINADORA

Este cuadrante representa a las personas e instituciones sin discapacidad que imponen la norma corporal, la autosuficiencia y la productividad como criterios de valor social.

Desde esta posición se ejercen las formas más visibles de capacitismo estructural como el lenguaje paternalista, la caridad en lugar de derechos, el diseño excluyente y las políticas que regulan los cuerpos “útiles”. Muchos de estos reproducen la desigualdad con apariencia de bondad o neutralidad técnica.

El capacitismo (ableism): esa forma de discriminación ideológica y material que va orientada contra las personas que son consideradas discapacitadas. Es decir, que el capacitismo se refiere a los prejuicios y los estereotipos que llevan a menospreciar a las personas con diversidad funcional, pero se plasma también en leyes y estructuras materiales (arquitectónicas, urbanísticas, etc.) que suponen una barrera para este colectivo. Es decir, que el capacitismo es tanto ideológico como institucional, porque se expresa a través de pensamientos pero también mediante diseños y formas de organización fijadas y legitimadas. “Autism doesn’t need a cure, ableism does.

Biopolítica: Michel Foucault (1975) explicó que las sociedades modernas administran la vida a través de mecanismos de control sobre los cuerpos: quién trabaja, quién es normal, quién merece atención o puede ser descartado. En el capacitismo, la biopolítica determina qué vidas son “rentables” y cuáles son vistas como carga social. Ejemplo: políticas de salud que priorizan tratamientos de rehabilitación “para volver al trabajo” sobre la accesibilidad o la autonomía cotidiana.

Eufemismo condescendiente (“especial”): El lenguaje se vuelve una herramienta de exclusión cuando aparenta ternura o empatía. Llamar “angelito”, “héroe”, “guerreros”, “ejemplos de vida" a una persona con discapacidad intelectual borra su identidad adulta y su derecho a la autonomía.” esta es una forma sofisticada de control simbólico. Bajo apariencia de admiración, convierte la discapacidad en metáfora de superación o sufrimiento, y desactiva cualquier demanda política. Estas expresiones, aunque suenen afectuosas, perpetúan una visión infantilizante y pasiva. Mike Oliver (1990), pionero del modelo social de la discapacidad, subrayó cómo el lenguaje refleja estructuras de poder. Ejemplo: una publicación institucional que felicita a “nuestros angelitos especiales” en lugar de reconocer a estudiantes o profesionales con discapacidad como sujetos plenos de derechos.

Asistencialismo: sustituye derechos por favores o gestos de caridad. Los programas o iniciativas que parten de la lástima en lugar de la equidad fortalecen la dependencia simbólica y material. Se alivia la conciencia del benefactor, pero no se transforma la estructura de exclusión.  Marta Russell, Capitalism and Disability (1998), analizó cómo el capitalismo convierte la discapacidad en un objeto de beneficencia para mantener la desigualdad. Una empresa que organiza colectas benéficas “para los discapacitados” pero no contrata a ninguno en sus equipos.

Tokenismo: es la práctica de usar a una persona con discapacidad como símbolo de inclusión sin otorgarle participación real ni poder de decisión. Se la exhibe como evidencia de apertura, pero su presencia no altera las jerarquías ni las barreras estructurales. El concepto fue acuñado por Rosabeth Moss Kanter (1977) sobre inclusión simbólica en el ámbito laboral; aplicado a discapacidad por autores como Alison Kafer (2013). Un ejemplo es invitar a una persona con discapacidad a un evento “por diversidad”, pero sin accesos adecuados ni espacios para hablar. La inclusión se convierte en espectáculo, no en transformación.

Diseño capacitista: Se refiere al diseño de productos, entornos o servicios que asumen un usuario ideal: joven, sano, ágil, vidente y oyente. El diseño capacitista no siempre es intencional, pero reproduce una estructura de exclusión porque normaliza un solo tipo de cuerpo y mente. Las ciudades, los edificios y los objetos suelen diseñarse para un cuerpo único: el que camina, ve, oye y alcanza del mismo modo. Esta ergonomía excluyente es una forma de violencia silenciosa que define quién pertenece y quién no.

Ronald Mace, creador del concepto de Diseño Universal, propuso pensar espacios que sirvan para todos desde el inicio, no como adaptación posterior, luego Imogen Tyler y Dan Goodley (Disability and the City, 2016) analizan cómo el espacio urbano refleja jerarquías de poder. Ejemplos son aceras con desniveles, pasos peatonales sin semáforos sonoros o parques con mobiliario inaccesible un cajero automático con pantalla táctil alta y sin audio, inaccesible para personas en silla de ruedas o con discapacidad visual.

Erotofobia capacitista y Asexualización institucional: es el miedo o rechazo social a la expresión sexual de las personas con discapacidad. Parte de la creencia de que los cuerpos “imperfectos” o “dependientes” no deben ser deseantes ni deseados. Esta erotofobia se expresa en el silencio, en la censura y en la risa incómoda cada vez que alguien con discapacidad expresa atracción, cariño o deseo. No se trata solo de moral conservadora, sino de una forma de biopolítica del deseo, el poder que regula qué cuerpos son legítimos para el placer y cuáles deben permanecer invisibles.

Esta negación tiene como consecuencia una falta de educación sexual accesible, la infantilización de los adultos, y la perpetuación de la idea de que la sexualidad es privilegio de los cuerpos normativos. Ejemplo: Anna Zorn (Reino Unido, 2015), una mujer con parálisis cerebral que denunció públicamente cómo las residencias y servicios sociales le prohibían tener relaciones íntimas o románticas bajo el argumento de “protegerla”.En su testimonio recogido por la BBC, Zorn explicó que cuando intentó pasar tiempo a solas con su pareja —también con discapacidad—, el personal del centro le negó la posibilidad, alegando que “no comprendía lo que hacía” y que “no era apropiado”.

Cuerpo visible / cuerpo invisible: es una categoría crítica dentro de los estudios sobre discapacidad y representación social que describe las formas desiguales en que la sociedad mira —o deja de mirar— ciertos cuerpos. Se trata de dos polos de un mismo fenómeno: Por un lado, el cuerpo visible es aquel que se hipervisibiliza bajo lógicas de espectáculo, morbo o “inspiración”. Suele presentarse como historia de superación, milagro médico o objeto de compasión. En esta mirada, la persona con discapacidad es reducida a su cuerpo, sin reconocer su autonomía ni su complejidad social.  Por otro lado, el cuerpo invisible es el que se oculta o excluye del espacio público, ya sea por falta de accesibilidad, por vergüenza social o por políticas que lo mantienen fuera de la vida laboral, educativa o cultural.

Ejemplo: campañas mediáticas o publicitarias que muestran la diversidad corporal sin reducirla a un mensaje de motivación o pena, sino como una expresión legítima de la condición humana, como ocurre en los movimientos de body positive y crip activism.

Desechabilidad humana” (human discardability o wasted lives) Para el sociologo Zigmund Bauman, la modernidad convierte a las personas en “residuos humanos”, subproductos inevitables del progreso. El capitalismo global produce seres humanos que el sistema ya no puede ni necesita absorber: migrantes, desempleados, ancianos, enfermos o personas con discapacidad. 

CUADRANTE 2: HEGEMONÍA REIVINDICADORA

Este cuadrante representa a personas, instituciones y actores sin discapacidad que, desde su posición de poder, reconocen el privilegio del cuerpo normativo y se comprometen a transformarlo. A diferencia de la hegemonía discriminadora, aquí no se busca “ayudar” ni “compadecer”, sino reparar, redistribuir poder y garantizar derechos. Se trata de una hegemonía que asume su responsabilidad en la creación de entornos accesibles, políticas inclusivas y narrativas que reconocen la diversidad corporal como parte del orden social y no como excepción.

Interdependencia: rompe con el mito de la independencia total. Judith Butler (2004) plantea que los cuerpos existen siempre en relación: todos dependemos de cuidados, apoyos y redes humanas. Desde esta perspectiva, la autonomía no se opone a la dependencia, sino que se construye con otros. En el marco del capacitismo, la interdependencia implica pasar de la lógica del “yo puedo solo” a la del “podemos juntos”. Lo aborda  Judith Butler, Precarious Life (2004). Ejemplo: un aula universitaria donde los estudiantes colaboran para crear apuntes accesibles (con contraste, subtítulos, lectura en voz alta), demostrando que la inclusión es una práctica compartida, no un favor.

Inclusión o justica inclusiva: Martha Nussbaum (2006) propone un enfoque ético y político que amplía la idea de justicia más allá de la igualdad formal. Su teoría de las capacidades humanas plantea que cada persona debe tener las condiciones reales —no solo legales— para desarrollar su proyecto de vida. La justicia inclusiva reconoce que la discapacidad no está en el cuerpo, sino en la estructura social que limita las posibilidades de acción. Lo desarrolla  Martha Nussbaum, Frontiers of Justice (2006). Por ejemplo políticas públicas que no solo promueven cuotas laborales, sino que garantizan accesibilidad al transporte, la comunicación y la educación superior para las personas con discapacidad.

Accesibilidad universal: Principio y política que garantiza que los entornos, productos y servicios sean utilizables por todas las personas sin necesidad de adaptaciones posteriores.  Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, ONU (2006). Ejemplo: Edificios con rampas, señalización táctil y materiales digitales accesibles.

La discapacidad potencial: se refiere al reconocimiento de que toda persona, aunque actualmente no viva con una discapacidad, es vulnerable a adquirir una limitación física, sensorial o cognitiva a lo largo de su vida, ya sea por envejecimiento, enfermedad o accidente. Este concepto busca romper la dicotomía entre “personas con” y “sin” discapacidad, promoviendo una ética de la empatía, la interdependencia y la responsabilidad social.

Según el filósofo Henri-Jacques Stiker (1999), la discapacidad no es una condición excepcional sino una dimensión universal de la existencia humana:

“Todos somos discapacitados, lo hemos sido o lo seremos en algún momento de nuestra vida; la diferencia radica en cuándo y cómo esa vulnerabilidad se manifiesta.”
(Stiker, 1999, p. 45)

Un ejemplo es Stephen Hawking: “Antes de enfermarme, no pensaba mucho en la discapacidad. Ahora sé que cualquiera puede necesitar apoyo, y que la verdadera limitación no está en el cuerpo, sino en las barreras que creamos.”

— Stephen Hawking, entrevista en The Guardian (2004) 

CUADRANTE 3: DISCAPACITADOS ALIENADOS

Este cuadrante describe a las personas con discapacidad que han internalizado los valores del capacitismo, buscando validación a través de la normalidad, la productividad o la autosuperación individual. Su discurso no niega la exclusión, pero la reinterpreta como reto personal, transformando la desigualdad estructural en asunto de voluntad. En lugar de cuestionar el sistema, se adaptan a él, y muchas veces reproducen sus lógicas, convirtiéndose —sin proponérselo— en portavoces del modelo meritocrático y neoliberal.

Supercrip / Super-Creeple: presenta a las personas con discapacidad como “héroes” que logran hazañas extraordinarias o “superan su condición”. Esta narrativa, que suele parecer positiva, es en realidad una trampa simbólica: coloca la responsabilidad del éxito o el fracaso en el individuo, no en la sociedad que impone las barreras. El mensaje implícito es: “si ellos pueden, todos pueden”, invisibilizando las desigualdades materiales, educativas y tecnológicas. Desarrollado por Alison Kafer, Feminist, Queer, Crip (2013), analiza cómo el supercrip es la versión capacitista del “self-made man”, un héroe útil al neoliberalismo. Ejemplo: campañas que exaltan a un atleta paralímpico como “inspiración para todos”, pero omiten que muchas personas con discapacidad no pueden siquiera acceder a educación o transporte accesible.

Inspiracionalismo o Pornografía de la inspiración (Inspiration Porn): usa las historias de personas con discapacidad como combustible emocional para quienes no la tienen. En redes, publicidad y discursos motivacionales, se repite la idea de que “todo es posible si te esfuerzas lo suficiente”. Este relato, aunque emotivo, borra la dimensión política de la discapacidad y refuerza el mito de que el problema está en la mente, no en la estructura. Desarrollada por Stella Young (2012), quien denunció cómo los medios convierten la vida cotidiana de una persona con discapacidad en espectáculo moral. Esto se observa en videos virales que muestran a un niño con discapacidad “logrando caminar” como prueba de voluntad, sin mencionar los recortes en salud pública o educación inclusiva.

Stella Young a denuncia la manera en que los medios usan las imágenes de personas con discapacidad como “lecciones de vida” para la audiencia sin discapacidad. En estas representaciones, la persona se convierte en objeto de consumo emocional. No se la escucha ni se la reconoce como ciudadana: se la observa y se la usa para motivar. Ejemplo: campañas publicitarias con el lema “Tu excusa es inválida” o “Ellos no se rinden, ¿y tú?”, mostrando cuerpos amputados o en silla de ruedas como metáfora de esfuerzo.

Capacitismo internalizado:  es la asunción inconsciente de los prejuicios capacitistas por parte de las propias personas con discapacidad. Surge cuando se cree que el valor personal depende de “compensar” la diferencia o demostrar que “no se es una carga”. Esta lógica convierte el esfuerzo en obligación moral. Lo aborda Thomas Hehir, Eliminating Ableism in Education (2002). Ejemplo: una persona con discapacidad que rechaza identificarse con movimientos de activismo porque considera que “exageran” o “dan mala imagen”.

Autoexplotación: Byung-Chul Han (2012) describe la autoexplotación como una forma moderna de dominación: ya no es el otro quien nos oprime, sino nosotros mismos, intentando ser “suficientemente buenos”. En el contexto del capacitismo, esta autoexplotación se manifiesta cuando la persona con discapacidad intenta rendir más, quejarse menos y sonreír siempre, buscando aceptación social. Esta la exponen Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio (2012). Ejemplo: influencers que promueven la idea de “vencer la discapacidad” con frases como “no existen límites, solo excusas”, reforzando la culpa y la exigencia individual.

Competencia de validez: Entre personas con discapacidad también puede existir una jerarquía simbólica. La “competencia de validez” ocurre cuando algunos se presentan como “más capaces” o “más funcionales” que otros, reproduciendo la lógica del rendimiento que el sistema les impone.

Es una forma de exclusión horizontal que fragmenta la identidad colectiva. Desarrollado por Carol Thomas, Sociologies of Disability and Illness (2007). Una persona con discapacidad física que descalifica a otra con discapacidad intelectual diciendo que “ella sí trabaja y no se queja”.

CUADRANTE 4: DISCAPACITADOS CONSCIENTES

En este cuadrante se sitúan las personas con discapacidad que han alcanzado una conciencia crítica de su cuerpo como territorio político, cultural y deseante. A diferencia de las etapas anteriores —marcadas por la dominación, la dependencia o la adaptación al sistema—, aquí el cuerpo deja de ser interpretado como déficit o límite, para asumirse como fuente de saber, resistencia y creatividad social.

Desde esta posición, la discapacidad ya no se concibe como algo que deba superarse, sino como una forma legítima de existencia que amplía los horizontes de lo humano. Las personas con discapacidad conscientes se organizan colectivamente, generan discursos y prácticas que cuestionan los ideales de normalidad, productividad y belleza impuestos por la cultura capacitista.

Reivindicación de la discapacidad: Propuesto por el colectivo Sins Invalid (2006), especialmente activistas como Patty Berne y Mia Mingus. El marco de Disability Justice amplía el activismo de la discapacidad hacia una visión interseccional, donde la justicia corporal se une con las luchas antirracistas, feministas y queer. Este enfoque critica la visión liberal del “derecho individual” y defiende una ética colectiva del cuidado, la interdependencia y la diversidad radical. visibilizar la discapacidad no como mera necesidad de ajuste o rehabilitación, sino como experiencia afirmativa, cuerpo-sujeto de deseo, creatividad, política y belleza.

Crip Time: redefine la relación entre cuerpo y tiempo. El ritmo impuesto por la sociedad —productivo, acelerado, homogéneo— no se ajusta a la realidad de muchos cuerpos, y eso no es un fallo, sino una diferencia valiosa. Propuesto por Alison Kafer (Feminist, Queer, Crip, 2013), invita a reconocer que cada cuerpo tiene su propio compás vital, donde la lentitud, la pausa o la espera pueden ser formas de cuidado y de resistencia. Aceptar el Crip Time es rechazar el mandato neoliberal del rendimiento constante. Por ejemplo, las instituciones que ajustan horarios y ritmos académicos a las necesidades diversas de estudiantes y trabajadores, reconociendo el descanso y la flexibilidad como derechos, no excepciones.

Adaptive Performance: El concepto de Adaptive Performance surge del arte y el deporte como una forma de reapropiar el movimiento. Aquí la discapacidad se convierte en lenguaje: cada cuerpo inventa su propio modo de moverse, danzar o competir. La adaptación no significa limitación, sino creatividad física. Inspirado por Petra Kuppers y las prácticas del Disability Arts Movement, el rendimiento adaptado desafía la estética de la perfección y demuestra que toda corporalidad puede generar belleza, energía y presencia. Coreografías inclusivas o rutinas deportivas donde los movimientos con sillas de ruedas, prótesis o apoyos son parte de la expresión artística y atlética, no “versiones reducidas”.

Body Positive y Crip Activism: El movimiento body positive defiende la aceptación y el amor hacia todos los cuerpos; sin embargo, el crip activism va más allá: convierte esa aceptación en resistencia política. Ser crip —término resignificado por Robert McRuer en Crip Theory (2006)— implica desafiar los ideales de belleza, productividad y autonomía. Los cuerpos crip no se conforman con ser tolerados: exigen ocupar el espacio público, el arte y la política desde la diferencia. El body positive empodera; el crip activism transforma.

Un ejemplo es el trabajo de Jillian Mercado, modelo y activista dominicana-estadounidense con distrofia muscular. Desde sus primeras campañas con Diesel (2014) y Beyoncé (2016) hasta su contrato con IMG Models, Mercado ha desafiado los estándares tradicionales de belleza y normalidad corporal dentro de la industria de la moda

Intimidad Asistida: reconoce el derecho de todas las personas a vivir su sexualidad de manera libre, segura y placentera, incluso cuando requieren apoyos físicos o mediadores. No se trata de compasión, sino de autonomía relacional: la posibilidad de decidir con quién, cómo y cuándo compartir la intimidad. Este enfoque, explorado por Tom Shakespeare (The Sexual Politics of Disability, 1996), desmonta la erotofobia capacitista que despoja a las personas con discapacidad de su derecho al placer. Ejemplos de esto son programas de asistencia sexual en Europa donde se forman profesionales para acompañar a personas con discapacidad en experiencias de contacto, afecto y deseo, respetando su consentimiento y dignidad.

Accesibilidad Sexual: amplía el concepto tradicional de accesibilidad hacia la esfera del deseo y la intimidad. Significa garantizar información, privacidad, recursos y espacios seguros para ejercer la sexualidad. Como señala Marsha Saxton, el placer y la educación sexual deben ser accesibles como cualquier otro derecho. Reconocer la accesibilidad sexual implica combatir la idea de que la discapacidad anula el deseo. Un ejemplo clínicas de salud sexual que ofrecen materiales en lectura fácil, intérpretes, mobiliario accesible y asesorías inclusivas para parejas diversas.

Cuerpo Atlético Diverso: El cuerpo atlético diverso cuestiona la noción de rendimiento perfecto y muestra que la fuerza, la velocidad o la precisión pueden expresarse de múltiples maneras. El deporte adaptado no busca imitar al deporte normativo, sino crear nuevas formas de potencia y técnica. Como señala Alison Kafer, el cuerpo que compite desde la diferencia se vuelve símbolo de soberanía física y política. Por ejemplo los atletas paralímpicos o practicantes de CrossFit Adaptive que incorporan prótesis, apoyos o estrategias de movimiento alternativo, redefiniendo el significado del esfuerzo y la excelencia.

Aesthetics of Access (Estética de la Accesibilidad): propuesta por Petra Kuppers, plantea que la accesibilidad puede ser una fuente de belleza, innovación y lenguaje artístico. En el arte inclusivo, los subtítulos, intérpretes o pausas no son añadidos funcionales, sino elementos estéticos que enriquecen la experiencia. La accesibilidad, en lugar de corregir una carencia, amplía los sentidos y genera nuevas formas de sensibilidad colectiva. Por ejemplo las obras de teatro o danza donde la interpretación en lengua de señas, la descripción sonora o las rampas integradas son parte del diseño visual y narrativo de la puesta en escena.

Posthuman Disability: El concepto de Posthuman Disability, explorado por Dan Goodley, Katherine Runswick-Cole y Fiona Kumari Campbell, analiza la discapacidad en el contexto tecnológico y biopolítico del siglo XXI. En la era del cuerpo aumentado, la discapacidad se convierte en el punto de partida para pensar una nueva humanidad híbrida: biológica, mecánica y digital. El cuerpo posthumano desafía la idea de perfección y revela que todos los cuerpos son, en cierto modo, dependientes de tecnologías y cuidados. Ejemplo: el caso de Stephen Hawking, cuya relación con la tecnología de voz y comunicación no lo “reparó”, sino que expandió su capacidad de pensamiento y presencia pública

lunes, 13 de octubre de 2025

Conceptos clave para entender la afrodescencia en El Salvador

El racismo hacia la población negra en El Salvador ha operado históricamente bajo una lógica de negación y borramiento, más que de segregación abierta. A diferencia de otros países latinoamericanos donde la presencia afrodescendiente es visible en la vida cotidiana, en El Salvador el racismo se ha expresado principalmente en la invisibilización de las raíces africanas dentro del relato nacional, acompañado de la idea falsa de que “aquí no hay negros”. Esta narrativa, profundamente arraigada en el imaginario colectivo, ha servido para construir una identidad nacional mestiza homogénea que excluye y silencia la diversidad racial.

Durante la época colonial, El Salvador —como parte del sistema esclavista de la Capitanía General de Guatemala— recibió población africana esclavizada, utilizada en labores agrícolas, domésticas y portuarias, especialmente en zonas costeras como Sonsonate y La Libertad. Sin embargo, el proceso de blanqueamiento social impulsado por las élites criollas desde el siglo XIX buscó borrar toda huella africana, tanto en el registro histórico como en la representación cultural. El decreto de 1824, que prohibía el ingreso de personas negras y mulatas al país, refleja el racismo institucional que acompañó el proyecto de nación: una aspiración a “purificar” la población para alinearse con los ideales europeos de progreso y civilización.

En el siglo XX, el racismo continuó reproduciéndose de manera sutil y estructural: a través del lenguaje, los medios, el sistema educativo y las relaciones sociales. Los estereotipos sobre “lo negro” —asociado a lo feo, lo servil o lo exótico— se naturalizaron en el habla popular y en la cultura visual. Mientras tanto, los aportes afrodescendientes a la música, la religiosidad popular, la gastronomía o la historia nacional quedaron relegados o apropiados sin reconocimiento.

1. El racismo: es un sistema de creencias, prácticas y estructuras sociales que jerarquizan a las personas según características físicas o culturales, especialmente el color de piel, el origen étnico o la ascendencia.

No se trata solo de prejuicios individuales, sino de un sistema histórico de poder que asigna privilegios a ciertos grupos (generalmente blancos o europeos) y discrimina a otros (pueblos afrodescendientes, indígenas, asiáticos o mestizos).

El racismo funciona tanto en lo explícito —la violencia abierta, las ofensas, la exclusión directa— como en lo estructural y simbólico, cuando la desigualdad se normaliza a través de instituciones, medios o discursos que refuerzan la idea de superioridad e inferioridad racial.

Autores como Frantz Fanon (Piel negra, máscaras blancas, 1952) y Stuart Hall (Representation, 1997) han mostrado que el racismo no solo domina cuerpos, sino también imaginarios: define qué cuerpos se representan como bellos, peligrosos, inteligentes o civilizados.

Un ejemplo se representa en 12 Years a Slave (2013), basada en la historia real de Solomon Northup, un hombre negro libre que fue secuestrado y vendido como esclavo. El racismo aparece aquí como una institución económica y moralmente legitimada, donde la violencia física y simbólica servía para mantener la jerarquía racial del sistema esclavista.

2. Doble conciencia: es una noción central en la obra de W.E.B. Du Bois, describe la experiencia psicológica y social de las personas afrodescendientes que viven entre dos mundos culturales y simbólicos: el de su propia comunidad y el de la sociedad blanca dominante, la doble conciencia es el desdoblamiento del sujeto negro entre su autopercepción y la mirada impuesta. Esta división genera un conflicto interno entre cómo uno se percibe a sí mismo y cómo es percibido por los demás, especialmente por una estructura social que lo oprime o lo inferioriza.

Du Bois la define como “la sensación peculiar de mirarse siempre a través de los ojos de los otros”, es decir, de verse reflejado en el juicio del opresor

A través del concepto de la doble conciencia, Du Bois explicó cómo el racismo no solo oprime materialmente, sino que también divide la identidad y la subjetividad del oprimido, generando una fractura entre el yo interior y la mirada social impuesta.

Durante su juventud, Du Bois vivió directamente esta experiencia. Nacido en Great Barrington, Massachusetts, en un entorno mayoritariamente blanco, fue desde pequeño consciente de su diferencia racial. Cuando ingresó a Harvard University —de donde se graduó en 1890—, se convirtió en uno de los pocos estudiantes afroamericanos en una institución elitista dominada por la clase blanca protestante. Allí experimentó una forma particular de inclusión sin pertenencia: podía compartir aulas y destacar intelectualmente, pero no era aceptado socialmente como igual. Este contraste le reveló los límites del ideal de igualdad estadounidense: por más méritos que tuviera, su color de piel seguía siendo interpretado como signo de inferioridad.

Du Bois lo resumió magistralmente con una frase emblemática:

“Dos almas, dos pensamientos, dos esfuerzos irreconciliables habitan en un mismo cuerpo oscuro, empeñado en no ser destrozado.”

Ejemplos:
En la vida cotidiana, una persona afrodescendiente puede sentirse obligada a adaptar su comportamiento, lenguaje o apariencia para ser aceptada en contextos dominados por valores blancos, mientras intenta preservar su identidad cultural. Esa tensión refleja el esfuerzo constante por equilibrar la pertenencia y la resistencia.

En la cultura contemporánea, la doble conciencia ha sido representada en películas como Moonlight (2016), donde el protagonista enfrenta el conflicto de vivir su identidad negra y gay dentro de una comunidad marcada por el racismo y la homofobia.
Del mismo modo, autores afrodescendientes en América Latina reinterpretan esta idea al mostrar el choque entre la herencia africana y las estructuras coloniales que aún definen la identidad y la exclusión social.

La propia vida de Du Bois en Harvard ilustra esta tensión simbólica: aunque fue el primer afroamericano en obtener un doctorado en esa universidad, nunca dejó de ser visto como “el otro”.
Su trayectoria académica fue un reflejo de la lucha por unir dos almas —la del intelectual estadounidense que reclama igualdad y la del heredero de una cultura negra que exige dignidad— en un solo cuerpo socialmente fracturado.

3. El síndrome Stephen Candy (también llamado “esclavo fiel” o “house negro”): alude a un arquetipo histórico y psicológico del personaje negro que defiende los intereses del amo o del sistema opresor por encima de los de su propia comunidad, defender a los maltratadores. Este revela la interiorización del racismo estructural, donde la persona oprimida adopta los valores, las normas y las lógicas del dominador, creyendo que su proximidad al poder le otorga seguridad o reconocimiento.

Desde la perspectiva de Frantz Fanon en Piel negra, máscaras blancas (1952), este comportamiento encarna la colonización mental, es decir, la alienación del sujeto que busca validación a través de la mirada del opresor. Fanon explica que la persona negra colonizada aprende a desear ser como el blanco, imitando sus formas de hablar, vestir o pensar, y llega incluso a justificar la opresión que lo mantiene subordinado. Se trata de una forma profunda de violencia simbólica: el deseo de aceptación reemplaza el deseo de liberación.

Este síndrome se manifiesta en contextos históricos como la esclavitud o la servidumbre doméstica, donde algunos esclavos asumían los intereses de sus amos como propios. Pero también persiste en la vida contemporánea, cuando personas afrodescendientes reproducen discursos racistas o meritocráticos que legitiman el sistema que los margina.

Un ejemplo emblemático se encuentra en Stephen (Samuel L. Jackson), personaje de Django Unchained (2012). Stephen es el mayordomo negro de una plantación y actúa con un celo casi paternal hacia su amo blanco, Calvin Candie, a quien protege incluso más que a sí mismo. Su lealtad extrema no proviene de un verdadero respeto, sino de una forma de alienación psicológica: ha interiorizado la jerarquía racial al punto de volverse guardián del orden que lo oprime. A través de él, Quentin Tarantino exhibe la violencia más perversa del racismo: aquella que convierte a la víctima en instrumento del sistema.

4. La intolerancia étnica: es una actitud de rechazo, hostilidad o desprecio hacia personas de una etnia, cultura o color de piel distinto, y se expresa tanto en conductas individuales como en estructuras sociales. Puede manifestarse mediante insultos, exclusión, discriminación laboral o política, pero también en estereotipos mediáticos o silencios institucionales que deshumanizan a los grupos minoritarios.

A diferencia del racismo, que se asienta sobre jerarquías históricas de poder, la intolerancia étnica puede existir entre distintos grupos o comunidades que se perciben mutuamente como “otros”. Su raíz se encuentra en el miedo a la diferencia: la tendencia humana —potenciada por la cultura y la política— a ver lo distinto como amenaza.

En América Latina, la CEPAL (2020) ha señalado que la intolerancia étnica persiste en la negación de las identidades afrodescendientes e indígenas, en la burla hacia los acentos, la estigmatización de los cuerpos y la exclusión de los saberes no europeos. No se trata solo de prejuicios individuales, sino de un entramado simbólico que perpetúa el colonialismo en la vida cotidiana.

En Ruanda, los grupos hutu y tutsi hablaban el mismo idioma (kinyarwanda), compartían la misma religión y vivían mezclados, pero la colonización europea (primero alemana, luego belga) impuso una jerarquía racializada. Entre abril y julio de 1994, en apenas 100 días, se produjo el genocidio de Ruanda, en el que murieron aproximadamente 800,000 personas, en su mayoría tutsis, asesinadas por milicias y civiles hutus extremistas.

Un ejemplo cinematográfico puede verse en Crash (2004), donde distintos personajes enfrentan tensiones raciales y étnicas en Los Ángeles. La película expone cómo la intolerancia se reproduce en gestos cotidianos, miradas, comentarios y políticas de seguridad. Aunque algunos personajes no se consideran racistas, sus prejuicios étnicos guían sus decisiones y relaciones, mostrando que la intolerancia es tan estructural como inconsciente.

5. La segregación racial es la separación física, social y simbólica entre grupos raciales, impuesta por leyes, costumbres o prácticas institucionales. No solo divide a las personas en espacios distintos —escuelas, barrios, transporte—, sino que legitima la desigualdad como norma. Representa una de las formas más visibles del racismo institucional, pues el espacio se convierte en instrumento de poder.

Durante gran parte del siglo XX, la segregación fue una política de Estado en países como Estados Unidos y Sudáfrica. En el sur estadounidense, las leyes de Jim Crow (1877–1964) obligaban a negros y blancos a usar servicios separados, con la justificación de que eran “iguales pero separados”. En realidad, esta separación aseguraba la inferioridad material y simbólica de la población afroamericana. En Sudáfrica, el apartheid llevó esta lógica al extremo: la raza determinaba dónde podías vivir, estudiar, amar o morir.

La segregación no ha desaparecido: hoy se expresa en la geografía de las desigualdades urbanas, donde las poblaciones negras o mestizas habitan zonas con menos servicios, educación precaria y mayor violencia. Los guetos y barrios marginales son herencias urbanas de esa lógica racializada.

Un ejemplo cinematográfico contundente está en la pelicula Hidden Figures (Talentos ocultos, 2016) basada en hechos reales, la película muestra a tres científicas afroamericanas —Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson— que trabajaron en la NASA durante la carrera espacial.

A pesar de su brillantez, fueron relegadas a oficinas, baños y cafeterías segregadas, evidenciando cómo incluso en una institución dedicada a la ciencia y al progreso, la exclusión racial regulaba el espacio y el reconocimiento.

Otro ejemplo se ve en The Help (2011), ambientada en el Misisipi de los años sesenta. La película muestra cómo las mujeres negras trabajaban como sirvientas en hogares blancos, pero no podían usar los mismos baños ni comer en las mismas mesas. La distancia física era también moral: un recordatorio diario de que la “raza” dictaba el valor de la persona.

5.1 Guetto: Espacio urbano donde se concentra o confina una minoría marginada, ya sea por imposición legal o exclusión social.

5.2 Appertheid: Sistema político de segregación racial institucionalizada aplicado en Sudáfrica entre 1950 y 1990, bajo el dominio de la minoría blanca. Prohibía los matrimonios interraciales, la participación política y el acceso equitativo a educación o propiedad.

6. La supremacía racial es una ideología que sostiene que ciertos grupos humanos —en particular, los blancos— son superiores por naturaleza. Esta creencia ha servido como justificación para la esclavitud, el colonialismo, la eugenesia y los regímenes de segregación. No se trata solo de una idea, sino de un sistema de poder que organiza el mundo según una jerarquía racial.

El supremacismo blanco articula esa ideología en clave política y cultural: defiende la pureza racial, el nacionalismo etnocéntrico y la exclusión de minorías. Desde el siglo XIX, movimientos como el Ku Klux Klan o el apartheid sudafricano institucionalizaron la supremacía blanca bajo el discurso de la civilización y el progreso. En el siglo XXI, estos discursos resurgen en la alt-right y en grupos neonazis que utilizan internet como espacio de reclutamiento y propaganda.

Autores como Achille Mbembe y Angela Davis han mostrado que la supremacía racial no desapareció con la abolición del racismo legal, sino que se transformó en necro-política: la capacidad del poder de decidir quiénes merecen vivir y quiénes pueden ser abandonados a la miseria o la violencia.

Una representación simbólica puede verse en American History X (1998), donde Derek Vinyard (Edward Norton) encarna el odio racial hasta su transformación. La película desmantela los mitos del supremacismo mostrando su raíz en el miedo, la ignorancia y la herencia familiar. La redención del protagonista no borra el daño, pero revela que la supremacía racial no es una verdad, sino una enfermedad social aprendida.

7. La invisibilización de la población negra es un proceso social, político y cultural mediante el cual se ocultan, minimizan o niegan las raíces afrodescendientes dentro de la identidad nacional.
Esta omisión impide reconocer el papel histórico, económico y cultural de las comunidades negras, y refuerza la idea falsa de una homogeneidad étnica que borra las diferencias y las desigualdades raciales.

En muchos países latinoamericanos, la invisibilización se manifiesta en los censos oficiales, en la educación, en los medios de comunicación y en los relatos nacionales que exponen una identidad “mestiza” sin reconocer la herencia africana.

El documental “En México ni negros hay” (JusticiaTV, 2017) muestra cómo durante décadas el Estado mexicano negó la existencia de poblaciones afrodescendientes, invisibilizando su historia en la narrativa nacional.

8. El etnocentrismo es la creencia en la superioridad de la propia cultura y la tendencia a evaluar a otras sociedades, religiones o grupos según los valores del propio grupo.
Este sesgo genera una visión jerárquica del mundo, donde lo “propio” se considera civilizado, racional o correcto, mientras lo “ajeno” se percibe como atrasado, bárbaro o inferior.

En el contexto racial y colonial, el etnocentrismo ha legitimado la imposición de valores europeos sobre pueblos indígenas y afrodescendientes, justificando la conquista y el colonialismo bajo la idea de “civilizar al otro”.

El caso de Guatemala estudiado en la Gazeta de Antropología (2009) muestra cómo la élite ladina (de ascendencia europea) impuso sus normas culturales sobre los pueblos mayas, considerando sus costumbres “primitivas”.
De igual forma, películas como Pocahontas (1995) o Avatar (2009) reproducen narrativas etnocéntricas donde el salvador blanco guía a culturas “atrasadas” hacia el progreso.

9. El esclavismo es un sistema económico y social basado en la propiedad de personas utilizadas como fuerza de trabajo, tratadas como bienes comerciables sin derechos ni libertad.
Este sistema sustentó las economías coloniales de Europa y América desde el siglo XVI, especialmente en las plantaciones de azúcar, algodón y café.

El esclavismo sentó las bases del racismo moderno, al justificar la deshumanización de los pueblos africanos mediante discursos pseudocientíficos que los presentaban como inferiores o destinados al trabajo forzado. Películas como 12 Years a Slave (2013) o Amistad (1997) muestran la brutalidad del sistema esclavista y la violencia simbólica de convertir cuerpos humanos en mercancías.

Ambas obras reflejan cómo la esclavitud moldeó la estructura económica y cultural del mundo atlántico.

10. El sesgo racial se refiere a los prejuicios inconscientes hacia determinados grupos raciales que influyen en percepciones, juicios y decisiones, incluso sin intención consciente.
Estos sesgos se forman por la exposición prolongada a estereotipos culturales y pueden afectar ámbitos como la educación, el empleo, la justicia o la tecnología.

Un estudio publicado por Europa Press (2020) evidenció que los sistemas de reconocimiento de voz y facial tienen menor precisión con voces o rostros de personas negras, porque fueron entrenados con bases de datos dominadas por ejemplos blancos.
En el ámbito educativo, docentes pueden interpretar como “indisciplina” comportamientos de estudiantes negros, reflejando sesgos inconscientes en la evaluación escolar.

11. Black Lives Matter es un movimiento social internacional nacido en Estados Unidos en 2013 tras la absolución del asesino de Trayvon Martin, un adolescente afroamericano.

Su objetivo es denunciar la violencia policial, la impunidad y el racismo institucional, así como promover la dignidad y la vida de las personas negras en todo el mundo.

El movimiento redefine la lucha por los derechos civiles en clave contemporánea, articulando activismo digital, arte, educación y protesta social. El lema “I can’t breathe” (No puedo respirar), pronunciado por George Floyd antes de morir asfixiado por un policía en 2020, se convirtió en símbolo global del antirracismo. Protestas inspiradas por BLM se replicaron en más de 60 países, mostrando que la desigualdad racial es un fenómeno transnacional

12. El blackwashing: es una práctica mediática, artística o política en la que se utiliza la representación de personas negras como símbolo de diversidad o inclusión, pero sin un compromiso real con la equidad racial o la transformación estructural.

Se considera una forma de “lavado de imagen” similar al greenwashing ambiental o el pinkwashing de género. Algunas campañas publicitarias o producciones cinematográficas incluyen personajes afrodescendientes solo para proyectar una imagen “progresista”, sin cambiar los valores racistas de fondo o sin dar espacio real a creadores negros.

La inclusión superficial en marcas de moda tras el auge de Black Lives Matter ha sido criticada por figuras como Kimberlé Crenshaw y bell hooks como parte del consumo simbólico de la diversidad.

13. El Ku Klux Klan (KKK): es una organización supremacista blanca fundada en 1865 en Estados Unidos tras la Guerra Civil. Defiende el racismo, el antisemitismo, la homofobia y el nacionalismo cristiano extremo, y ha sido responsable de linchamientos, incendios, amenazas y asesinatos de afroamericanos y otros grupos minoritarios. Por ejemplo: El filme Mississippi Burning (1988) muestra la brutalidad del Klan y su influencia en la política local del sur estadounidense.

Más recientemente, BlacKkKlansman (2018), de Spike Lee, ironiza sobre la infiltración de un policía negro en el Klan, revelando cómo el odio racial se adapta a los tiempos.

14. El término White Fragility fue acuñado por Robin DiAngelo (2011, 2018) para describir las reacciones defensivas que muchas personas blancas muestran cuando se enfrentan a conversaciones sobre racismo o privilegio. Estas respuestas —culpa, enojo, negación o silencio— actúan como mecanismos de autoprotección que impiden reconocer el racismo estructural y preservan la comodidad del privilegio racial. En espacios educativos o laborales, cuando se aborda el racismo, algunos individuos blancos desvían la conversación o se declaran “no racistas”, sin cuestionar los sistemas que los benefician.

15. La afroconciencia o conciencia negra es el proceso de orgullo, afirmación y acción política en torno a la identidad afrodescendiente. Combina la memoria histórica, la autoestima colectiva y la resistencia cultural frente al racismo estructural, promoviendo la transformación social y la recuperación de las raíces africanas. En Brasil, el Día de la Conciencia Negra (20 de noviembre) conmemora la muerte de Zumbi dos Palmares, líder quilombola que luchó contra la esclavitud.

En el arte, obras como las de Kehinde Wiley o la música de Gilberto Gil reivindican la belleza negra como resistencia estética y política.

16. La justicia restaurativa es un enfoque ético y jurídico que busca reparar el daño causado por un conflicto o delito mediante el diálogo, la responsabilidad compartida y la reconstrucción de relaciones.
En el contexto afrodescendiente, este concepto se amplía a la justicia reparativa histórica, que reconoce y busca compensar los efectos duraderos del colonialismo, la esclavitud y el racismo. Iniciativas internacionales proponen reparaciones económicas y simbólicas a los descendientes de personas esclavizadas, como las discusiones en la ONU sobre compensaciones coloniales o la restitución de bienes culturales africanos.

17: El reconocimiento racial es el proceso individual, colectivo o institucional de admitir la existencia del racismo estructural y los privilegios derivados de la blanquitud.
Constituye el primer paso hacia la justicia racial, al reconocer que las jerarquías históricas moldean la distribución de poder y oportunidades. En Estados Unidos, universidades como Georgetown o Harvard han reconocido su vínculo con la esclavitud y creado fondos de becas para descendientes de personas esclavizadas. En América Latina, proyectos de educación intercultural buscan visibilizar las raíces africanas y crear políticas de inclusión racial.

18. El racismo inverso es un término del discurso público, especialmente en Estados Unidos, usado para describir supuestas actitudes de discriminación contra personas blancas por parte de grupos racializados. Sin embargo, desde la teoría crítica de la raza, se considera un concepto erróneo, ya que el racismo no se reduce a la hostilidad individual, sino que implica una estructura de poder histórica que privilegia a los grupos blancos. Cuando una empresa o institución implementa políticas de acción afirmativa para promover diversidad racial, algunos sectores las interpretan como “racismo inverso”. En realidad, dichas políticas buscan corregir desigualdades estructurales, no invertirlas.

19. El antirracismo: es un conjunto de ideas, prácticas y movimientos que buscan identificar, denunciar y desmantelar el racismo estructural. No se limita a rechazar el racismo individual o explícito, sino que promueve la justicia racial, la reparación histórica y la transformación institucional. La filósofa y activista Angela Davis ha vinculado el antirracismo con el feminismo y el abolicionismo carcelario, argumentando que las estructuras raciales y de género deben desmantelarse juntas. En la cultura popular, deportistas como Colin Kaepernick, que se arrodilló durante el himno de EE. UU. para protestar por la violencia policial, representan el activismo antirracista contemporáneo.

martes, 7 de octubre de 2025

Conceptos clave para comprender la desigualdad de la mujer

El feminismo ha dado nombre a muchas experiencias de desigualdad que antes eran invisibles. Al poner palabras a estas situaciones, se han abierto espacios para cuestionar estructuras de poder en el trabajo, la política, la vida familiar y la cultura. Los términos que se presentan a continuación no son simples etiquetas, sino herramientas que permiten comprender cómo opera la discriminación en la vida cotidiana y en las instituciones que se dividiran en cuatro grupos.

1. Conceptos positivos de la mujer se refiere a aquellos términos que visibilizan las formas de empoderamiento, resistencia y transformación impulsadas por las mujeres en distintos contextos sociales, económicos y culturales. (Mujer +)

Feminismo: Es un movimiento social, político, filosófico y cultural que busca la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres, así como el reconocimiento y ejercicio pleno de los derechos de las mujeres en todos los ámbitos de la vida. El feminismo parte del análisis crítico del patriarcado —un sistema histórico de dominación masculina— y propone transformaciones estructurales que eliminen la discriminación, la violencia y la desigualdad de género.

Sororidad: Concepto central del feminismo latinoamericano que designa la solidaridad política, ética y afectiva entre mujeres, basada en la empatía, el apoyo mutuo y la lucha compartida contra las desigualdades de género. Fue ampliamente desarrollado por Marcela Lagarde en sus obras sobre los cautiverios y las relaciones entre mujeres. La sororidad busca reemplazar la competencia o el juicio entre mujeres por la alianza y la cooperación, reconociendo que la transformación social requiere vínculos de confianza y colaboración. Ejemplo son redes de mujeres que acompañan procesos de denuncia por acoso, crean colectivas feministas o impulsan leyes para la protección de derechos.

Empoderamiento femenino: Proceso mediante el cual las mujeres adquieren confianza, autonomía y control sobre su vida, sus decisiones y su entorno, tanto en el ámbito personal como económico, político o simbólico. Este concepto ha sido desarrollado por quienes destacan que empoderarse no implica solo fortaleza individual, sino también acción colectiva para transformar las relaciones de poder. El empoderamiento femenino promueve la independencia, la autoestima y la capacidad de incidir en los espacios públicos y privados. Ejemplo son las mujeres rurales que se organizan en cooperativas productivas y logran autonomía económica y participación política en sus comunidades.

Resiliencia femenina: Hace referencia a la capacidad de resistir, adaptarse y transformar el dolor o la opresión en fuerza personal y colectiva. Desde una perspectiva feminista, la resiliencia no se entiende como simple resistencia pasiva, sino como un proceso de reconstrucción identitaria que convierte la experiencia adversa en impulso para la acción y la solidaridad. Ejemplo son las mujeres que, tras vivir violencia doméstica o sexual, fundan refugios, redes de apoyo o movimientos comunitarios para acompañar a otras mujeres.

Trabajo doméstico no remunerado: Conjunto de tareas de cuidado, limpieza, alimentación y mantenimiento del hogar que históricamente han sido realizadas por mujeres sin salario ni reconocimiento social. El feminismo marxista, especialmente a través de autoras como Silvia Federici (Calibán y la bruja, 2004), ha demostrado que este trabajo constituye la base invisible del sistema económico, pues sostiene la fuerza laboral y reduce costos al Estado y al capital. Reconocer su valor implica cuestionar la división sexual del trabajo y exigir políticas de corresponsabilidad. Ejemplo son las mujeres que cocinan, limpian, cuidan niños o personas mayores y organizan la economía doméstica sin recibir remuneración ni prestaciones laborales.

Trabajo de cuidados: Concepto ampliado que incluye tanto el trabajo doméstico como el cuidado físico, emocional y afectivo de otras personas, ya sean niños, enfermos, personas mayores o dependientes. Este trabajo es esencial para la reproducción social, pero ha sido históricamente subvalorado, feminizado e invisibilizado por el mercado y las políticas públicas. Feministas como Nancy Folbre, Amaia Pérez Orozco y Lourdes Benería destacan que sin este trabajo, las economías y las sociedades no podrían sostenerse. Ejemplo son las maestras, enfermeras, niñeras o madres que sostienen el bienestar familiar y comunitario sin el mismo reconocimiento económico o simbólico que el trabajo asalariado.

Economía del cuidado: Marco analítico y político que busca reconocer, redistribuir y remunerar el trabajo de cuidados, situándolo en el centro del desarrollo económico y del bienestar social. Este propone que la sostenibilidad de la vida depende tanto del trabajo productivo como del reproductivo. La economía del cuidado plantea la corresponsabilidad entre Estado, mercado, comunidad y familia en las tareas de cuidado. Ejemplo son las políticas de licencia parental compartida, los sistemas nacionales de cuidados y las encuestas de uso del tiempo que miden las horas dedicadas al cuidado no remunerado.

2.  Conceptos negativos hacia la mujer, hace referencia a actitudes, comportamientos o estructuras simbólicas de opresión desde lo predominantemente masculino (Hombre -), o bien, a fenómenos en los que se manifiestan conflictos derivados de la desigualdad de género desde la perspectiva femenina. Estos conceptos permiten analizar cómo, en algunos contextos sociales y culturales, la respuesta a la dominación patriarcal puede transformarse en discursos o prácticas de oposición, exclusión o resentimiento hacia los hombres, reproduciendo estereotipos y tensiones de género.

Machismo: Es un sistema de creencias y actitudes que otorga superioridad a lo masculino y subordina o desprecia lo femenino. Se manifiesta en comportamientos, valores, instituciones y lenguajes que reproducen la idea de que los hombres deben tener poder, autoridad o control sobre las mujeres. Por ejemplo, cuando se asume que un hombre no debe llorar porque “eso es de mujeres”, o cuando se espera que la mujer renuncie a sus estudios para dedicarse al hogar.

Androcentrismo: Se refiere a colocar lo masculino como la medida universal de lo humano, invisibilizando o subordinando las experiencias femeninas. Durante siglos, la ciencia, la historia y la cultura se construyeron desde la mirada del varón, considerándola como neutra o representativa de toda la humanidad. Por ejemplo, durante décadas los estudios médicos se realizaron solo con cuerpos masculinos, lo que provocó errores en la dosificación de medicamentos para mujeres.

Patriarcado: Es un sistema social, político y cultural basado en la dominación masculina, donde los hombres ocupan los espacios de poder y las mujeres son relegadas a roles secundarios o de cuidado. Este modelo establece jerarquías que definen lo masculino como norma y lo femenino como subordinado. Por ejemplo, en muchas familias se espera que las decisiones importantes las tome el padre o el hijo mayor, mientras las mujeres quedan al margen de la autoridad y del control económico.

Violencia simbólica: Es aquella que se transmite a través de mensajes, imágenes y representaciones culturales que refuerzan la subordinación de las mujeres. No requiere agresión física, pero actúa moldeando creencias, deseos y conductas, de modo que la desigualdad se percibe como natural. Por ejemplo, la publicidad que muestra siempre a mujeres limpiando, cocinando o cuidando, y rara vez en roles de ciencia, política o liderazgo, refuerza la idea de que esos son sus lugares “propios”.

Micromachismos: Son las formas pequeñas y cotidianas del machismo que pasan desapercibidas pero sostienen la desigualdad. Incluyen interrupciones constantes, bromas sexistas, gestos paternalistas o descalificaciones sutiles hacia las mujeres. Por ejemplo, en reuniones de trabajo las mujeres suelen ser interrumpidas o ignoradas cuando exponen una idea, mientras los hombres reciben más atención; a este fenómeno se le conoce como “manterrupting”.

Feminicidio: Es el asesinato de una mujer por razones de género. El caso de Ciudad Juárez en México, con decenas de mujeres asesinadas desde los años 90, visibilizó este problema en América Latina. Se trata de un crimen que no es individual, sino estructural, porque ocurre en un contexto de desprecio hacia la vida de las mujeres.

Gaslighting: Es un tipo de manipulación que hace que las mujeres duden de sí mismas, de sus recuerdos o percepciones. Puede darse en relaciones de pareja, en la familia o en el trabajo. Muchas mujeres que denuncian acoso laboral o violencia doméstica escuchan frases como “estás exagerando” o “eso nunca pasó”, lo cual las lleva a desconfiar de su propia palabra.

Mansplaining: Ocurre cuando un hombre explica algo a una mujer de manera condescendiente, aunque ella ya lo sepa o incluso sea experta. Esto pasa con frecuencia en reuniones de trabajo o espacios académicos, donde las voces femeninas son interrumpidas o minimizadas. A Kamala Harris, por ejemplo, le pasó en audiencias del Senado estadounidense, donde colegas hombres insistían en “corregirla” mientras ella hacía preguntas técnicas.

Incel: proviene del inglés involuntary celibate (“célibe involuntario”) y designa una subcultura digital compuesta principalmente por hombres heterosexuales que se autodefinen como incapaces de establecer relaciones sexuales o afectivas pese a desearlo.  Aunque en sus orígenes —a mediados de la década de 1990— el concepto se utilizaba de forma neutral para describir experiencias de soledad o rechazo amoroso, su significado ha evolucionado hacia comunidades en línea caracterizadas por la misoginia, el resentimiento hacia las mujeres y el rechazo de los discursos feministas. Estas comunidades conforman un fenómeno de estudio relevante dentro de la psicología social, los estudios de género y la sociología digital por su vínculo con procesos de radicalización y violencia simbólica y física en el espacio virtual.

Doble jornada: El llamado “segundo turno” describe cómo muchas mujeres trabajan fuera de casa y al llegar deben encargarse además de la mayoría de las tareas domésticas y de cuidado. Durante la pandemia se hizo muy evidente: además de su empleo, millones de mujeres organizaron clases virtuales, cocinaron y cuidaron de familiares enfermos, acumulando una carga invisible que pocas veces se reparte de forma justa.

Brecha salarial de género: Se refiere a la diferencia entre lo que ganan hombres y mujeres, incluso en puestos similares. No siempre es un salario menor en el mismo cargo, a veces son los sectores feminizados (educación, cuidados, comercio) los que están peor pagados. En la mayoría de países de América Latina las mujeres siguen recibiendo menos ingresos, lo que limita su autonomía económica.

Techo de cristal: Este término habla de barreras invisibles que frenan a las mujeres en su camino hacia los puestos más altos. Pueden tener los méritos, la preparación y la experiencia, pero las reglas del juego cambian cuando aspiran a cargos de mayor poder. Las cifras lo muestran: en las grandes empresas internacionales, la presencia de mujeres en las direcciones generales sigue siendo mínima.

Suelo pegajoso: Es la otra cara del techo de cristal: no se trata de que no puedan llegar arriba, sino de que muchas ni siquiera logran salir de los trabajos más bajos y precarios. Empleadas domésticas, trabajadoras de maquila o de servicios suelen permanecer en condiciones de informalidad sin opciones reales de movilidad social.

Carga mental: Más allá de hacer tareas, está el hecho de tener que recordarlas, planificarlas y organizarlas. Esa es la carga mental: ser la persona que piensa qué falta en el refri, quién debe ir al médico o cuándo pagar un recibo. Aunque el hombre ayude en algunas cosas, la planificación suele recaer sobre la mujer.

Techo de cemento: No siempre son los hombres quienes bloquean el avance; a veces las propias mujeres, por haber interiorizado estereotipos, sienten que no deberían aspirar a más. Muchas rechazan ascensos porque creen que “no podrán con la familia” si asumen responsabilidades mayores. No es culpa de ellas, sino de una cultura que les inculca ese límite invisible.

Escaleras rotas: La desigualdad empieza incluso antes del techo de cristal: muchas mujeres nunca alcanzan el primer ascenso. Esa “escalera rota” explica por qué las empresas siguen siendo dirigidas por hombres: las mujeres se quedan en niveles medios y no logran subir de allí.

Precipicio de cristal: Se refiere a los casos en que las mujeres acceden a cargos de poder justo cuando las cosas ya van mal. En apariencia es un avance, pero en la práctica suele ser una trampa: si fracasan, se refuerza la idea de que las mujeres “no son buenas líderes”. Un ejemplo claro fue el de Theresa May en Reino Unido, nombrada Primera Ministra tras el Brexit, en medio de una crisis política casi imposible de manejar.

El impuesto rosa (pink tax): se refiere a la diferencia de precios que pagan las mujeres por productos o servicios equivalentes a los de los hombres, solo porque están dirigidos al público femenino. No es un impuesto oficial, sino una forma de desigualdad económica y de consumo basada en el género. Una rasuradora rosa cuesta más que una azul, aunque ambas tengan las mismas funciones; o los cortes de cabello “para mujeres” tienen precios más altos que los de “hombres” por servicios similares.

Body shaming: Se refiere a la práctica de avergonzar a las mujeres por su cuerpo, ya sea por su peso, su altura o cualquier rasgo físico. Lo sufrió la cantante Adele, criticada primero por tener sobrepeso y luego por haber adelgazado, lo que muestra que el problema no es el cuerpo en sí, sino las expectativas irreales que se imponen sobre las mujeres.

Slut-shaming: Es la descalificación de las mujeres por su vida sexual o por su forma de vestir. Durante años, figuras como del cine, la musica y el entretenimiento fueron atacadas públicamente bajo este esquema: su vestimenta y actitud eran motivo de cuestionamiento, mientras que los hombres con conductas similares eran celebrados.

Violencia de género: Es un concepto amplio que abarca cualquier forma de violencia contra mujeres por el hecho de serlo: física, sexual, psicológica o económica. En El Salvador, los informes anuales de organizaciones feministas registran decenas de casos, desde agresiones domésticas hasta feminicidios.

Lovebombing: es una técnica de manipulación emocional en la que una persona abruma a otra con atenciones, halagos, regalos y muestras excesivas de cariño al inicio de una relación para ganarse su confianza y dependencia emocional. Una vez que la persona objetivo se siente vinculada, el manipulador retira el afecto o ejerce control, generando confusión y dependencia.

3. Negativo por parte de la mujer, se refieren a comportamientos, roles o dinámicas sociales que, de manera consciente o inconsciente, reproducen los valores, jerarquías y mecanismos del sistema patriarcal. Estos conceptos permiten comprender que la desigualdad de género no solo se sostiene por la imposición masculina, sino también por la internalización y reproducción de los patrones de dominación por parte de las propias mujeres, producto de procesos históricos y culturales (Mujer -).

Síndrome de la abeja reina: es un concepto que describe un comportamiento de competencia y distanciamiento entre mujeres, especialmente en espacios laborales o de poder, que reproduce las jerarquías patriarcales en lugar de cuestionarlas. Aunque puede parecer un rasgo “individual”, en realidad es un fenómeno estructural, producto de la cultura machista que enseña a las mujeres que el éxito es un recurso escaso entre ellas.

La pared de cristal: explica la segregación horizontal que concentra a las mujeres en sectores laborales de bajo poder económico o político —como la educación, la salud o los servicios—. En América Latina, más del 70% del personal docente de primaria son mujeres, pero menos del 20% ocupa puestos de alta dirección educativa.

Feminismo neoliberal: Describe un feminismo que se enfoca en el éxito individual y en el marketing, en lugar de cuestionar las estructuras de desigualdad. Varias empresas globales han usado eslóganes feministas en sus campañas, mientras mantienen condiciones laborales precarias para trabajadoras en otros países.

Purplewashing: Es el uso superficial del feminismo por parte de instituciones o gobiernos para mejorar su imagen. Se ve cada 8 de marzo, cuando edificios públicos se iluminan de morado mientras se recortan presupuestos para programas de igualdad.

Techo de cemento: representa las limitaciones autoimpuestas o internalizadas por las propias mujeres (miedo, culpa o creencias de incapacidad).

Pared de cristal: Es la segregación horizontal: las mujeres no solo ascienden menos, también se concentran en sectores de menor poder económico o político. En la educación, salud y cuidados ellas son mayoría, mientras que en finanzas, tecnología o energía predominan los hombres.

Misandria: Se manifiesta en prejuicios, estereotipos o comportamientos discriminatorios dirigidos al género masculino. El término proviene de las palabras griegas misos (odio) y andros (hombre). En otras palabras, la misandria describe actitudes o acciones que devalúan, marginan o desprecian a los hombres por el hecho de serlo.

Síndrome de Penélope: es un concepto metafórico dentro de la psicología y los estudios de género que describe la tendencia de algunas mujeres a vivir en la espera emocional o existencial de otra persona, generalmente un hombre, posponiendo su propio desarrollo personal, profesional o afectivo. El término proviene del personaje de Penélope en La Odisea de Homero, quien pasa veinte años tejiendo y destejiendo un manto mientras espera fielmente el regreso de su esposo Ulises.

Colaboracionismo patriarcal: es la participación activa o pasiva de las mujeres en la reproducción del orden patriarcal, al asumir, defender o aplicar sus normas y jerarquías como si fueran naturales o necesarias. Se manifiesta cuando una mujer vigila, sanciona o somete a otras mujeres en nombre de valores morales, religiosos o sociales que en realidad refuerzan la subordinación femenina. Simone de Beauvoir (1949), en El segundo sexo, señala que “el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidas

4, Hombres en positivo, se incluyen los términos positivos en relación con los hombres, que buscan visibilizar las transformaciones, aportes y actitudes constructivas de los varones en el proceso hacia la igualdad de género. Estos conceptos no pretenden idealizar la figura masculina, sino reconocer los esfuerzos de aquellos hombres que cuestionan los privilegios del patriarcado, replantean sus masculinidades y participan activamente en la construcción de relaciones más justas, empáticas y equitativas.(Hombre +)

Nuevas masculinidades: modelos alternativos de ser hombre que buscan romper con los patrones tradicionales de dominación, silencio emocional y violencia asociados a la masculinidad hegemónica. Expresión emocional sin miedo a la vulnerabilidad Rechazo a la violencia como forma de resolver conflictos, corresponsabilidad en las tareas domésticas y de crianza, respeto y consentimiento en las relaciones afectivas y sexuales.

Responsabilidad emocional: es la capacidad de asumir, comprender y expresar las emociones propias sin recurrir a la violencia, la negación ni el silencio como mecanismos de poder. Aprender a pedir perdón y a hablar de miedo, frustración o ternura, desmontando la “coraza emocional” masculina. Implica desmontar la idea patriarcal de que la vulnerabilidad es debilidad, reconociendo que la apertura emocional es una forma de madurez ética. Participación activa en la transformación social hacia la igualdad de género. Un hombre que, tras una discusión, no evade la conversación ni responde con agresividad, sino que explica cómo se sintió y escucha el malestar de la otra persona, buscando reparar el vínculo.

Deconstrucción: implica cuestionar las propias creencias y privilegios, reconocer los sesgos culturales y asumir que el cambio personal y social es un ejercicio permanente, no una meta alcanzada una vez. No se trata de “culparse”, sino de hacer consciente lo inconsciente: preguntarnos de dónde vienen nuestras ideas sobre el amor, el poder, el éxito o la masculinidad, y si esas ideas contribuyen a una vida más justa o más dañina. Hemos aprendido a relacionarnos desde el miedo o el control, no desde el respeto o la empatía. Cuando no revisamos esas conductas, terminamos repitiendo lo que nos dañó: herimos a otros, o seguimos cargando con la culpa, la frustración y el vacío que deja vivir en un modelo de poder o de género que no nos permite ser libres.




Los conceptos feministas permiten darle nombre a realidades que, aunque comunes, muchas veces pasaban inadvertidas. Hablar de techo de cristal, carga mental o feminicidio no es solo teoría: son maneras de explicar lo que viven millones de mujeres en el mundo. Reconocer estos fenómenos es un primer paso para transformarlos, tanto en la vida cotidiana como en las políticas públicas.

El feminismo ha demostrado que nombrar la desigualdad es también empezar a desarmarla. Estos veinte términos son parte de un lenguaje crítico que ayuda a mirar con otros ojos la sociedad en que vivimos y a imaginar caminos hacia mayor justicia e igualdad.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Pirámide de la Violencia Política en El Salvador (con ejemplos históricos y actuales)

La violencia es el uso intencional de la fuerza o del poder —ya sea de manera física, psicológica, verbal, sexual, económica, simbólica, estructural o cultural— contra una persona, grupo o comunidad, que produce o tiene una alta probabilidad de producir daño físico, sufrimiento emocional, privación, limitación de derechos, trauma o incluso la muerte.

No se reduce únicamente a agresiones visibles como los golpes o asesinatos, sino que incluye prácticas más sutiles o normalizadas, como el lenguaje discriminatorio, la exclusión social o la desigualdad estructural, que generan condiciones de vida dañinas y perpetúan relaciones de dominación.

La pirámide de la violencia es un modelo analítico que permite comprender cómo las expresiones más extremas de violencia, como los homicidios o los feminicidios, no surgen de manera aislada, sino que se sostienen en una base amplia de prácticas, actitudes y discursos que normalizan y legitiman el daño. En su parte inferior se encuentran formas “invisibilizadas” o naturalizadas de violencia —como el lenguaje discriminatorio, el acoso cotidiano o la exclusión social— que, aunque no resulten letales, contribuyen a crear un ambiente de tolerancia hacia niveles más altos de agresión. A medida que se asciende en la pirámide, estas prácticas se intensifican en violencia física, sexual o psicológica hasta llegar a los crímenes más graves.

Este enfoque permite comprender que la violencia es un fenómeno estructural y cultural, más amplio que los homicidios, porque incluye desigualdades de género, prácticas discriminatorias, relaciones de poder abusivas y microviolencias que refuerzan un sistema de dominación.

Entre los autores que han trabajado este enfoque se encuentran Johan Galtung.

Nivel 1. Romantizar la violencia

Definición: Narrativas que justifican, embellecen o normalizan la violencia como algo noble, inevitable o heroico.
Ejemplos en El Salvador:

  • Durante la guerra civil, tanto la guerrilla del FMLN como el ejército usaban la idea de los “héroes caídos” o “mártires” como ejemplo a seguir. En discursos y canciones, se exaltaba la entrega total a la causa, incluso si implicaba morir o matar.

  • En el período reciente, Nayib Bukele y sus funcionarios han hablado de la “guerra contra las pandillas” en términos de misión patriótica. Frases como “Dios está con nosotros en esta batalla” legitiman la represión y naturalizan violaciones a derechos humanos como parte de un sacrificio necesario.

  • El discurso que presenta a la población carcelaria como “animales” o “demonios” también romantiza su eliminación como un acto de justicia divina.

  •  Efecto: Al presentar la violencia como heroísmo, se vuelve aceptable socialmente, incluso antes de que se materialice en actos de agresión directa.

Nivel 2. Burlarse o hacer chistes

Definición: Ridiculizar o caricaturizar a adversarios políticos para restarles legitimidad.
Ejemplos en El Salvador:

  • En la Asamblea Legislativa (2018–2021), diputados de Nuevas Ideas y aliados usan sobrenombres despectivos contra opositores. Por ejemplo, se ha llamado “dipurrata” a los diputados críticos, o se les ridiculiza por su forma de vestir o hablar.

  • En redes sociales, funcionarios cercanos al oficialismo difunden memes burlándose de periodistas como Carlos Dada (El Faro) o de opositoras políticas como Claudia Ortiz (VAMOS), restando seriedad a sus posturas mediante ridiculización.

  • En campañas pasadas, candidatos como Mauricio Funes (2009) utilizaron anuncios en los que se ridiculizaba a Rodrigo Ávila (ARENA) por su supuesta torpeza y frases mal dichas.

  • Referirse como “Angelitos” → para ridiculizar a los detenidos por el régimen de excepción. Con esta burla se presenta como si las organizaciones defendieran solo a criminales en lugar de derechos humanos.

  •  La utilizacion de términos despectivos a las mujeres, utilizados en redes sociales y espacios políticos para deslegitimar a mujeres y colectivos feministas que luchan por derechos reproductivos, igualdad salarial o contra la violencia de género. El efecto es caricaturizar sus demandas como exageradas, irracionales o autoritarias.

  • Efecto: Esta violencia simbólica parece “inofensiva”, pero construye una imagen pública de burla permanente que erosiona la credibilidad de la víctima.

Nivel 3. Callar, Censurar o difamar

Definición: Limitar la libertad de expresión o difundir información falsa para dañar la reputación.
Ejemplos en El Salvador:

  • En 2022, el gobierno de Bukele bloqueó a varios medios independientes (El Faro, GatoEncerrado, Focos TV) de conferencias de prensa oficiales.

  • Campañas de difamación desde cuentas afines al oficialismo han acusado a periodistas de recibir dinero de “ONG extranjeras” o de estar vinculados al narcotráfico, sin pruebas.

  • En los años noventa, gobiernos de ARENA usaban cadenas nacionales para censurar la narrativa de organizaciones de derechos humanos, presentándolos como “defensores de delincuentes”.

  • Efecto: Reduce los canales de comunicación de los opositores y siembra desconfianza en la población.

Nivel 4. Acosar y obstaculizar el ejercicio político

Definición: Estrategias de hostigamiento que buscan impedir o dificultar que alguien ejerza un cargo o postule.
Ejemplos en El Salvador:

  • En 2021, la Asamblea dominada por Nuevas Ideas destituyó a los magistrados de la Sala de lo Constitucional y al Fiscal General, quebrando el orden institucional para remover opositores incómodos.

  • La diputada Claudia Ortiz ha denunciado constantes intentos de obstaculizar su participación, incluyendo exclusión en comisiones y limitación de su tiempo de palabra.

  • En gobiernos anteriores, como el de Francisco Flores, se presionaba a jueces críticos con procesos administrativos o recortes de presupuesto judicial.

  • Efecto: Genera un ambiente donde la oposición política se vuelve inviable o extremadamente costosa.

Nivel 5. Amenazar, insultar o chantajear

Definición: Intimidación directa para condicionar decisiones o generar miedo.
Ejemplos en El Salvador:

  • Periodistas de El Faro y GatoEncerrado han recibido amenazas de muerte tras publicar investigaciones sobre corrupción y vínculos de Bukele con pandillas.

  • Durante el conflicto armado, las amenazas eran comunes contra líderes sindicales y defensores de derechos humanos, como el caso de los sindicalistas del STISSS.

  • Durante los años noventa y principios de los 2000 en El Salvador, las calles eran escenario de amenazas entre seguidores de los principales partidos políticos que busca limitar o menoscabar el ejercicio de los derechos y deberes políticos de la ciudadanía.

  • José Roberto Silva Rugamas ha estado vinculado a distintos procesos judiciales relacionados con violencia política y digital. Fue capturado por los delitos de difusión ilegal de información y acoso mediante tecnologías de la información; además, enfrentó una demanda por difamación al acusar al sindicato SITTOJ de estafa. También fue condenado por expresiones de violencia contra la mujer, lo que le obligó a pagar salarios mínimos y presentar una disculpa pública. Finalmente, estuvo bajo prisión preventiva tras un altercado en un hotel con una excandidata, lo que evidenció un patrón de hostigamiento en espacios tanto digitales como físicos.

  • Efecto: Busca controlar mediante el miedo, sin necesidad inmediata de violencia física.

Nivel 6. Agredir físicamente

Definición: Acciones directas contra la integridad corporal.
Ejemplos en El Salvador:

  • Manifestantes contra la privatización de servicios públicos han sido golpeados por fuerzas de seguridad en diferentes gobiernos, incluidos episodios bajo Francisco Flores y Antonio Saca.

  • En el régimen de excepción actual, se han documentado golpizas y torturas contra detenidos en cárceles, denunciadas por Cristosal y Amnistía Internacional.

  • Efecto: Muestra el paso de la intimidación simbólica al control directo mediante la fuerza física.

Nivel 7. Asesinar

Definición: Eliminación física del adversario, grado máximo de violencia política.
Ejemplos en El Salvador:

  • El asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero en 1980, ordenado por estructuras ligadas al poder político y militar.

  • La masacre de los seis sacerdotes jesuitas y dos colaboradoras en la UCA (1989), perpetrada por el ejército.

  • Asesinatos de líderes comunitarios en zonas rurales, como el caso de Francisco Martínez, ambientalista de Cabañas (2009), vinculado a conflictos por minería metálica.

  • En 2022, bajo el régimen de excepción, diversas organizaciones han denunciado muertes de opositores y detenidos en cárceles por condiciones de tortura y falta de atención médica.

  • Efecto: Genera terror colectivo, destruye el tejido político opositor y envía un mensaje de dominación total.

La masacre del Mozote y los diferentes tipos de violencia

En Morazán, mucho antes de que llegaran los soldados, ya corrían voces que pintaban a los campesinos como “semilleros de comunistas” y al ejército como héroes dispuestos a defender la patria hasta con su vida. Hablar de mártires y de sacrificios por la causa servía para justificar la muerte como algo noble (Nivel 1: Romantizar la violencia).

En los cuarteles y en las calles, se repetían chistes crueles sobre los campesinos “harapientos” (Nivel 2: Burlarse o hacer chistes). En la actualidad, tomarse una foto en el monumento a las víctimas de El Mozote en actitud festiva y de turismo banaliza el sufrimiento por parte de alguien que no le importa la masacre. Esto convierte un sitio de memoria y duelo en un escenario de autopromoción, borrando su carácter sagrado y comunitario. Una fotografía en pareja, con sonrisas, en un lugar donde fueron asesinados niños y familias completas, puede interpretarse como burla hacia la memoria histórica. Aunque no se exprese en palabras, el gesto transmite indiferencia o desprecio hacia las víctimas.

Cuando periodistas extranjeros intentaban dar a conocer lo que ocurría, se les señalaba de inventar propaganda comunista, y la versión oficial negaba las matanzas. Los medios críticos eran silenciados o acusados sin pruebas de estar vendidos a intereses extranjeros, después de la guerra se intentó ocultar que la masacre había existido (Nivel 3: Callar, censurar o difamar).

Los líderes comunitarios que enseñaban a leer o que organizaban cooperativas eran perseguidos y vistos como enemigos del Estado. Su voz y su labor eran obstaculizadas con detenciones y señalamientos, hasta forzarlos a dejar sus proyectos o huir. En la actualidad hay grupos de personas que obstaculiza el acceso a la justicia (Nivel 4: Acosar y obstaculizar el ejercicio político).

Antes de la masacre, los pobladores recibieron advertencias: “Si ayudan a la guerrilla, nadie quedará vivo”. Esas amenazas buscaban paralizar de miedo a las familias y marcarles que no había salida (Nivel 5: Amenazar, insultar o chantajear).

Cuando el batallón Atlacatl entró a El Mozote en diciembre de 1981, comenzó la brutalidad física. Los soldados golpearon, separaron a los hombres, violaron a mujeres y niñas, y torturaron a quienes se resistían. El dolor del cuerpo se convirtió en herramienta de control (Nivel 6: Agredir físicamente).

Finalmente, llegó la cúspide del horror: cientos de hombres, mujeres, ancianos y niños fueron ejecutados sin piedad. La comunidad entera fue borrada en un acto que pretendía sembrar terror y mostrar dominio absoluto (Nivel 7: Asesinar).