1
Yo, a quien en este nuevo mundo llaman Offred, vivo en
los confines de lo que una vez fue una vibrante democracia y que ahora es la
teocracia de Gilead. Aquí, las mujeres como yo, vestidas de rojo, marcadas como
Criadas, servimos un único propósito en una sociedad asolada por la
infertilidad: la procreación. Offred no es mi verdadero nombre, sino una
designación que refleja mi posesión: soy de Fred, el Comandante. En Gilead, mi
identidad anterior, mis sueños y mis deseos, se han vuelto irrelevantes,
borrados bajo el estricto dogma de un régimen que se ha erigido sobre la
interpretación retorcida de antiguos preceptos religiosos.
Cuando miraba hacia atrás, hacia aquellos días antes
de Gilead, parecía que todo había sucedido en un abrir y cerrar de ojos. Como
si un oscuro telón se hubiera cerrado sobre el mundo que una vez conocí,
dejándome atrapada en un escenario distópico que jamás hubiera imaginado.
Recuerdo cómo empezó todo. Fue sutil, casi
imperceptible al principio. Hubo rumores de crisis ambientales, de un mundo al
borde del colapso. Las noticias hablaban de contaminación, de enfermedades y de
la infertilidad que se extendía como una sombra sobre la humanidad. Pero nadie
parecía prestar mucha atención, como si estuviéramos demasiado ocupados con
nuestras propias vidas para ver el abismo que se abría ante nosotros.
En las noticias internacionales de otros países
anuncian: “… un devastador atentado terrorista que crea un clima de miedo y
caos en la sociedad. Los políticos teócratas cristianos aprovechan la situación
para consolidar su poder. Se presentan como los salvadores y prometen restaurar
el orden y la moral. Amparándose en el terrorismo islámico, los
fundamentalistas crean un régimen de supresión de derechos que pone contenta a
la gente luego suprimen la libertad de prensa, la libertad de movimiento, y de
pronto también los derechos de las mujeres que han sido divididas en castas, y
sometidas a un control absoluto. Las “criadas” se convierten en propiedad de
los hombres y se ven obligadas a procrear para aumentar la población”.
Y entonces llegaron los Hijos de Jacob. Recuerdo el
día en que tomaron el poder, cómo las calles se llenaron de gente enardecida,
cómo los tanques avanzaban por las calles y el caos se apoderaba de todo. En
aquel momento, no entendía lo que estaba sucediendo. Solo sabía que todo estaba
cambiando, que el mundo que conocía se desvanecía ante mis ojos.
Nos dijeron que venían a salvarnos, a restaurar el
orden y la moral en un mundo que se había desviado del camino recto. Nos
dijeron que era por nuestro propio bien, por el bien de la humanidad. Se
autoproclamaba los salvadores de la nación, lograron infiltrarse en todos los
rincones del gobierno y de la sociedad. Eran hombres implacables, con un fervor
religioso que les otorgaba una peligrosa determinación. Con su llegada, el país
cambió para siempre.
Pero los Hijos de Jacob no actuaban solos. A su lado,
como sus fieles ejecutores, estaban los Ángeles. Los Ángeles eran el brazo
armado de Gilead, una milicia brutal que imponía la ley con mano de hierro.
Vestidos de negro, con máscaras que ocultaban sus rostros, se movían entre las
sombras como fantasmas, sembrando el terror a su paso.
Gilead surgió como un monstruo de las sombras,
devorando nuestras libertades una a una. Las mujeres fueron las primeras en
sentir su yugo, condenadas a servir como criadas, como úteros andantes en un
mundo que había olvidado el significado de la compasión y la humanidad.
Las calles aquí, una vez llenas de vida y color, ahora
están bañadas en el silencio de un orden impuesto. Los edificios, antiguos
testimonios de una época más libre, se yerguen como sombrías cáscaras de su
antiguo yo. Los Guardianes patrullan, sus ojos recorriendo incansablemente,
recordándonos constantemente nuestra sumisión. Los colores de nuestras
vestiduras, vibrantes y saturados, no son una elección, sino una imposición: el
rojo para las Criadas, el azul para las Esposas, el verde para las Marthas. Estos
colores nos definen, nos segregan, nos reducen a funciones específicas en lugar
de seres humanos con pasados ricos y complejos.
2.
Cuando me encontré cara a cara con la tía Lydia por
primera vez, fue como si el mundo se detuviera, ella era una mujer mayor, de
apariencia imponente y con autoridad, tenía una voz fuerte y penetrante que imponía
respeto y temor entre las criadas y otros miembros de la sociedad de Gilead, tía
Lydia trabajaba con los Hijos de Jacob y los ángeles, su misión era ayudarles a
mantener el orden y control en Gilead. Recuerdo que la tía Lydia me dijo que
pensara en mi vida como si estuviera en el ejército, tía Lydia decía que nos
acostumbraríamos y que se convertirá en algo normal, tía Lydia despreciaba a
las mujeres del pasado vestidas con poca ropa, según ella parecían carne para
cocinar, tía Lydia creía que esas mujeres eran culpables de ciertas cosas malas
que les pasaban. Ella intentaba hacerlo mejor, creía en la legitimidad y la
justicia de las estructuras de poder existentes, y hace todo lo posible para
mantenerlas intactas. Detrás de su fachada de severidad y disciplina, también
tenía destellos de compasión y sabiduría. Aunque sus métodos podían ser duros,
su objetivo era proteger y preservar el orden establecido, incluso si eso
significaba sacrificios dolorosos en el camino, aunque implicara la completa
subordinación a los hombres, ella había internalizado el subestimarse a sí
misma por ser mujer, pero mucho más a otras mujeres.
3
Mis días en Gilead son una secuencia de rituales y
restricciones. La vida aquí es una coreografía cuidadosamente orquestada, cada
movimiento vigilado y cada palabra medida. Mis mañanas comienzan con el ritual
de vestirme, colocándome el hábito rojo y la toga blanca que me aisla del mundo
y limita mi visión a lo que el régimen desea que vea. En la cocina, las
Marthas, mujeres infértiles asignadas a tareas domésticas, se mueven con
eficiencia silenciosa. Aunque nuestras conversaciones son mínimas, limitadas por
las reglas estrictas que rigen nuestras vidas (tenemos prohibido leer), hay una
comprensión implícita entre nosotras, una solidaridad silenciosa en nuestra
opresión compartida.
Mi única función es concebir un hijo para el
comandante Fred y su esposa Serena Joy. La esposa del Comandante, es una figura
imponente y distante. Nuestras interacciones están marcadas por una tensión
latente, un tira y afloja de poder y resentimiento. A pesar de su posición
elevada dentro de la jerarquía de Gilead, ella también está atrapada, confinada
por las barreras invisibles de su propio papel en este mundo distópico.
4
En momentos de soledad, mi mente vaga hacia mi vida
pasada, hacia un tiempo antes de que Gilead reconfigurara el mundo. Recuerdo a
mi esposo Luke, nuestra hija, nuestros momentos juntos, fragmentos de felicidad
que ahora parecen pertenecer a otra vida. Estos recuerdos son actos de
rebeldía, una negativa a dejar que Gilead borre quién era yo. Mantienen viva
una chispa de resistencia dentro de mí, un recordatorio silencioso de que, a
pesar de lo que me han quitado, no pueden poseer completamente mi ser.
5
He visto a mujeres marcadas por la vergüenza y el
castigo, sus cuerpos y almas rotos por el peso de su transgresión. el látigo y
la humillación son los guardianes de este oscuro secreto, recordándonos el
precio de desafiar las leyes de Gilead. Algunos de los actos el amor entre
mujeres es una herejía en este reino de sombras, una ofensa que se castiga con
la mutilación para no sentir placer, incluso la muerte. Existen matrimonios
entre niñas y adultos, estos matrimonios
forzados son parte de un sistema cruel que nos reduce a simples herramientas de
reproducción.
Desde que los Hijos de Jacob tomaron el poder,
nuestras vidas han sido marcadas por la opresión y el miedo. Las mujeres han
sido relegadas a roles sumisos y nuestras libertades fueron arrebatadas de un
solo golpe, como si fuéramos pájaros enjaulados incapaces de volar.
6
Tía Lydia entra en la habitación con su característica
compostura autoritaria, su mirada aguda barriendo la habitación en busca de
cualquier indicio de desobediencia. Offred se endereza, sintiendo el peso de su
presencia sobre ella.
Tía Lydia: Offred, ¿cómo va tu día hoy? ¿Has cumplido
con tus deberes matutinos?
Offred: Sí, Tía Lydia. He realizado la limpieza del
hogar y he preparado el desayuno para el Comandante y la Señora Waterford.
Tía Lydia asiente con satisfacción, pero su mirada no
muestra ninguna indulgencia.
Tía Lydia: Muy bien, pero recuerda, la eficiencia es
crucial en nuestro trabajo aquí. No podemos permitirnos ningún descuido. Las
criadas son los pilares de este hogar y debemos mantenernos firmes en nuestra
dedicación.
Offred: Lo entiendo, Tía Lydia. Haré todo lo posible
para cumplir con mis responsabilidades de manera adecuada.
Tía Lydia: Eso espero, Offred. Recuerda que el éxito
en tu trabajo es esencial para el funcionamiento de esta casa y para tu propio
bienestar. Ahora, ¿has cumplido con tu lectura de las Escrituras esta mañana?
Offred: Sí, Tía Lydia. He dedicado tiempo a la lectura
y reflexión, como se me ha enseñado.
Tía Lydia: Excelente. La palabra de Dios nos guía y
nos da fuerzas en estos tiempos difíciles. No debemos olvidar nuestra devoción
a Él y a los principios que nos ha enseñado. Continúa con tu labor, Offred, y
recuerda que estás aquí por un propósito mayor.
Offred asiente, sintiendo el peso de las palabras de
Tía Lydia sobre sus hombros mientras continúa con sus tareas cotidianas bajo la
atenta mirada de la Tía, consciente de que en Gilead, incluso las acciones más
simples están impregnadas de significado y control.
7
El cuarto de Offred estaba impregnado de silencio. Las
paredes, pintadas de blanco, parecían observarla con ojos invisibles. Cada
grieta, cada mancha, contenía secretos que se negaban a revelar. Pero ella
sabía que no estaba sola. Había algo más en esa habitación, algo que flotaba en
el aire como una sombra.
Una tarde, mientras acariciaba la tela áspera de su
vestido rojo, Offred notó una inscripción en la pared. Una palabra tallada con
desesperación, casi borrada por el tiempo y la desesperanza. “Libertad”, decía.
La había dejado allí la criada anterior, la que había ocupado ese mismo lugar
antes que ella.
Offred se preguntó quién era esa mujer. ¿Cómo había
llegado a ser una criada en esta casa? ¿Qué la había llevado al borde del
abismo? Las reglas de Gilead eran implacables, pero ¿qué había llevado a esa
criada a tomar su propia vida?
La respuesta llegó en susurros, como un eco lejano.
Cora, la Martha que servía en la casa, le contó la historia en voz baja. La
criada anterior había sido como ella, atrapada en un mundo de opresión y
desesperanza. Pero había algo más: un amor prohibido. Un vínculo secreto con el
Comandante, un atisbo de humanidad en medio de la oscuridad. Serena Joy, la
esposa del Comandante, había descubierto la traición. La criada había sido
castigada, humillada, desaparecida.
8.
Offred, vestida con su túnica roja y su cofia blanca,
camina con cautela por los pasillos de la mansión del comandante. Sus
pensamientos están llenos de ansiedad y desconfianza, ya que cualquier palabra
mal interpretada o acción indebida podría llevarla a ser castigada.
Al llegar a la habitación del comandante, Offred se
detiene frente a la puerta y respira profundamente.
Offred: Buenas noches, Comandante.
Comandante: (Levanta la vista) Ah, Offred. Siempre
puntual. ¿Cómo has estado?
Offred: (Con cautela) Como siempre, Comandante.
Siguiendo las reglas y cumpliendo con mi deber.
Comandante: Siéntate. No necesitas ser tan formal.
¿Quieres un poco de whisky?
Offred: (Se sienta y mira alrededor) Gracias, pero no,
Comandante. Estoy bien.
Comandante: (Suspira) A veces me pregunto si todo esto
vale la pena. Gilead, las restricciones, la opresión. ¿Qué opinas, Offred?
Offred: (Con sorpresa) ¿Me está preguntando mi
opinión, Comandante?
Comandante: (Sonríe) Sí, supongo que sí. A veces me
siento atrapado en mi propio sistema. Como si hubiera creado una prisión para
mí mismo.
Offred: (Intrigada) ¿Una prisión, Comandante? Pero
usted es uno de los arquitectos de Gilead.
Comandante: (Baja la mirada) Lo sé. Pero también soy
humano. A veces necesito compañía, alguien con quien hablar. Alguien que no
esté atrapado en esta pesadilla.
Offred: (Piensa en la anterior criada que se suicidó)
¿Y qué pasa conmigo, Comandante? ¿No estoy atrapada aquí también?
Comandante: (Serio) Lo siento por eso, Offred. Pero no
puedo cambiar las reglas. Sin embargo, hay algo que puedo hacer por ti.
Offred: (Con cautela) ¿Qué es?
Aunque nuestra interacción debería ser netamente con
fines reproductivos, a menudo, en la privacidad de su estudio, èl me permite
pequeñas libertades: jugar al Scrabble, leer literatura prohibida. Sin embargo,
estos momentos de aparente bondad no son regalos, sino recordatorios de su
control sobre mí. Estos momentos los aprovecho para recordarme a mí misma que
soy más que la función que Gilead me ha impuesto.
Cada noche, mientras la oscuridad envuelve Gilead, me
permito soñar con un futuro diferente, un mundo donde la libertad no sea un
recuerdo distante. A pesar de la opresión que me rodea, mantengo la esperanza
de que llegará un día en que Gilead será solo un oscuro capítulo en la historia
de un mundo más justo y libre. Hasta ese día, resisto a mi manera, atesorando
mis recuerdos y manteniendo viva la esperanza de un mañana mejor.
Nolite te bastardes carborundorum:" es una frase en latín falso que se traduce aproximadamente como: "No dejes que los bastardos te aplasten" o "No permitas que los bastardos te desgasten". Aparece grabada en el armario del cuarto donde vive la protagonista, Offred, escrita por una criada anterior. Aunque no es un latín real, la frase tiene un peso simbólico poderoso en la narrativa. Representa un acto de resistencia y una conexión entre las mujeres sometidas por el régimen teocrático de Gilead. Cuando Offred la descubre, interpreta este mensaje como un recordatorio para mantener la esperanza y no sucumbir al sistema opresivo.
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