Por Luis Eduardo Aguilar V. Marzo 2020
La violencia política menoscaba el ejercicio de los derechos y deberes políticos por medio de la agresión a las personas que participan en el espacio público. Los afectados van desde funcionarios de gobierno, líderes sociales, políticos y religiosos, e intelectuales y artistas identificados políticamente.
La violencia política menoscaba el ejercicio de los derechos y deberes políticos por medio de la agresión a las personas que participan en el espacio público. Los afectados van desde funcionarios de gobierno, líderes sociales, políticos y religiosos, e intelectuales y artistas identificados políticamente.
Las principales formas de violencia política son: la presión para renunciar a un puesto político (escaño ó dirección), la agresión verbal y física, el obstaculizar del ejercicio de un cargo, el acoso, la prohibición de expresarse, la difamación a través de medios de comunicación, y hasta la más grave que es el homicidio (también llamado politicidio 1 o necropolítica 2 ).
En El Salvador antes de los acuerdos de Paz hay registros de muchos asesinatos a causa de las ideas políticas: Mario Zamora Rivas Secretario General del Partido Demócrata Cristiano, Oqueli Colindres dirigente de Convergencia Democrática de El Salvador, José Antonio Rodríguez Porth ministro de la Presidencia de Arena en 1989, son solo algunos de los tantos casos emblemáticos de asesinados por sus ideas, y hubo muchos más antes, y durante la guerra.
Después de los Acuerdos de paz siguió existiendo la violencia política, desde la intolerancia hasta el asesinato (pero esta última en mucho menor escala en comparación con el periodo anterior). Sí se toma como punto de partida desde 1994 (cuando las reglas electorales permiten la incorporación de las diversas fuerza políticas) a pesar de que siempre había un alto grado de enfrentamiento y polarización, los partidos no tenían una política abierta de agresión, y la mayoría de las veces no llegaban más allá de los insultos, se mantenía cierto nivel de respeto al respeto a los derechos humanos. Las excepciones han sido algunos casos que conllevaron asesinato los cuales se ha considerado importantes mencionar.
Aunque es difícil establecer los verdaderos motivos, pero se considera que: sí ejercía un cargo político, sí era susceptible o en efecto dijo haber recibido amenazas de muerte, y su fallecimiento fue en circunstancias que no se conocen con contundencia los motivos, esos casos serán considerados asesinatos políticos (1994 - 2020).
Funcionarios de gobierno (Diputados, alcaldes, otros)
- Eduardo D'Aubuisson, William Pichinte y José Ramón González del partido Arena en 2007- fueron encontrados muertos cerca de Ciudad de Guatemala. Cuatro detectives fueron arrestados e imputados con el cargo de este asesinato, sin embargo, tres días después de su arresto, los cuatro fueron también asesinados dentro de una prisión de máxima seguridad.
- Gumercindo Landaverde, quien fuera alcalde de Metapán en 2006 fue asesinado 14 semanas días después de no lograr su reelección, él dijo que sí ganaba el candidato Juan Samayoa del PCN "el narcotráfico se apoderaría del municipio". Para muchos esta fue un anuncio de su propia muerte ya que no solo perdió las elecciones sino también su vida.
- Salvador Ruano del partido Arena - falleció en 2017, supuestamente por un paro cardíaco. En su primer período como alcalde fue uno de los funcionarios públicos que apoyó la llamada tregua entre pandillas, y dijo que había recibido llamadas de centros penales diciendo que su vida corría peligro.
Líderes movimientos sociales, políticos y religiosos:
- Adolfo "el chele" Torres del partido Arena- murió en 2009 después que Rodrigo Ávila perdiera las elecciones presidenciales. Suicidio o no, Adolfo Torres dijo temía ser asesinado.
- Ramón Kury Secretario general del PCN en 2019 - fue asesinado en el parqueo interno de la sede de su partido político en San Salvador.
- Julio César Molina, el presidente de la asociación de lisiados de guerra en Morazán fue asesinado en 2015 por personas abordo de una camioneta en la comunidad Segundo Montes en el departamento de Morazán. Fuentes policiales agregan que los responsables del crimen habrían disparado con fusiles AK47 y M16.
- Julio César Molina, el presidente de la asociación de lisiados de guerra en Morazán fue asesinado en 2015 por personas abordo de una camioneta en la comunidad Segundo Montes en el departamento de Morazán. Fuentes policiales agregan que los responsables del crimen habrían disparado con fusiles AK47 y M16.
- Dora Alicia Recinos (2010), Ramiro Rivera Gómez (2009) y Marcelo Rivera (2009), miembros del Comité Ambiental del departamento central de Cabañas fueron asesinados, ellos se oponían a proyectos de explotación minera en El Salvador.
Estos casos muestran que la violencia política no desapareció después de los acuerdos de paz, sin embargo, había sido mucho menos en comparación con las épocas de dictadura y guerra, esta se contenía probablemente a partir del miedo de los actores políticos. Tanto la izquierda como la derecha sabían que era terrible la muerte, y de alguna forma han mantenido un pacto de no agresión. Aunque lastimosamente los homicidios sí ocurrían en lo social, pero se había logrado mantener ciertos acuerdos que evitaban la recurrencia de los homicidios políticos. Sin embargo, han comenzado a observarse signos de aumento de violencia política que resultan alarmantes para la democracia.
Nayib Bukele ha logrado canalizar el hartazgo social de la opinión pública, contra instituciones como la asamblea legislativa y los partidos políticos, sin planes demasiado elaborados pero muy populares que lo llevaron a la presidencia en 2019 (por lo que se ha catalogado por muchos de populista). El hartazgo y su popularidad parece que lo está llevando a impulsar una escalada de violencia política, por ejemplo: el mismo Bukele se tomó la Asamblea legislativa con los militares, y amenazó a los diputados que pensaran diferente a él (a razón de un préstamo para seguridad), también, algunos seguidores de Bukele insultan a los diputados y opositores políticos, ya no solo en redes sociales, sino también cara a cara.
Sin embargo, en democracia no es lícito presionar a la Asamblea con los militares, ni tampoco insultar a un diputado es un derecho, son formas de violencia política que pueden llevar a situaciones como las de época de dictadura o de guerra, violentando el estado de derecho. Nadie por sus ideas políticas debería de ser amenazado, ni intimidado, ya que promover la violencia política nos puede llevar a un punto donde no se desearía regresar. La violencia política que se ejerce con insultos, por consecuencia, al seguir escalando puede llevar al homicidio político.
No se debe confundir conflicto con violencia puesto que hay conflictos que se pueden resolver sin violencia. Hay que buscar modos de hacer valer el descontento hacia la clase política pero las formas violentas. El politologo Juan Linz indica que la violencia política es un indicador importante de la ruptura con la democracia. Ya que la percepción que tiene la sociedad y su nivel bajo de tolerancia con respecto a la violencia política contribuyen al derrumbamiento de la misma.
Estos casos muestran que la violencia política no desapareció después de los acuerdos de paz, sin embargo, había sido mucho menos en comparación con las épocas de dictadura y guerra, esta se contenía probablemente a partir del miedo de los actores políticos. Tanto la izquierda como la derecha sabían que era terrible la muerte, y de alguna forma han mantenido un pacto de no agresión. Aunque lastimosamente los homicidios sí ocurrían en lo social, pero se había logrado mantener ciertos acuerdos que evitaban la recurrencia de los homicidios políticos. Sin embargo, han comenzado a observarse signos de aumento de violencia política que resultan alarmantes para la democracia.
Nayib Bukele ha logrado canalizar el hartazgo social de la opinión pública, contra instituciones como la asamblea legislativa y los partidos políticos, sin planes demasiado elaborados pero muy populares que lo llevaron a la presidencia en 2019 (por lo que se ha catalogado por muchos de populista). El hartazgo y su popularidad parece que lo está llevando a impulsar una escalada de violencia política, por ejemplo: el mismo Bukele se tomó la Asamblea legislativa con los militares, y amenazó a los diputados que pensaran diferente a él (a razón de un préstamo para seguridad), también, algunos seguidores de Bukele insultan a los diputados y opositores políticos, ya no solo en redes sociales, sino también cara a cara.
Sin embargo, en democracia no es lícito presionar a la Asamblea con los militares, ni tampoco insultar a un diputado es un derecho, son formas de violencia política que pueden llevar a situaciones como las de época de dictadura o de guerra, violentando el estado de derecho. Nadie por sus ideas políticas debería de ser amenazado, ni intimidado, ya que promover la violencia política nos puede llevar a un punto donde no se desearía regresar. La violencia política que se ejerce con insultos, por consecuencia, al seguir escalando puede llevar al homicidio político.
No se debe confundir conflicto con violencia puesto que hay conflictos que se pueden resolver sin violencia. Hay que buscar modos de hacer valer el descontento hacia la clase política pero las formas violentas. El politologo Juan Linz indica que la violencia política es un indicador importante de la ruptura con la democracia. Ya que la percepción que tiene la sociedad y su nivel bajo de tolerancia con respecto a la violencia política contribuyen al derrumbamiento de la misma.
Notas:
1. El concepto de necropolítica, del camerunés Achille Mbembe, hace alusión al darwinismo político, referido a la supervivencia de las sociedades o grupos más aptos, y el exterminio sistemático de aquellos grupos considerados no aptos por la jungla social. Mbembe (2003). "Necropolitics". Public Culture
2. El concepto de politicidio es aplicado a la política de Israel para la disolución del pueblo palestino como entidad económica, social y política legítima e independiente. Kimmerling (2003) Politicide: Sharon’s War Against the Palestinians. London: Verso, 2003.